Escritor, cineasta, actor, director, formador

BRUJAS

por Sergio Mercurio

por Sergio Mercurio

Mi padre pregonaba el ateísmo. El me convenció de una forma muy didáctica la imposibilidad de que Dios existiera. Me pareció razonable. Nunca en su vida dijo “Dios mío”, mucho menos “ Dios me ayude”, y jamás nadie le escuchó pronunciar “Si Dios quiere”. Mi padre es hasta hoy en día un ser sin Dios. En ese sentido hay que valorizar su consecuencia. Pero el párroco me susurró que eso iba a tener sus consecuencias, Dios iba a castigarlo. Y así fue, de un día para el otro mi padre iba a enfrentarse a las brujas.
Quién agarró las llaves del Volksvagen, gritaba. Quién me agarró la pinza que dejé arriba de la mesa. Quién me robó el destornillador. Los gritos retumbaban en las paredes de los vecinos y de a poco en el barrio se sospechó que en mi casa sucedían cosas sobrenaturales. Mi madre se decía atea para complacer a mi padre pero apenas él se iba prendía velas y rezaba algunos rosarios. No recuerdo exactamente cuando todo se desgobernó, pero en un momento la lucha encarnizada entre las brujas y mi padre no tuvo sosiego y mi madre iba a tomar partido. Yo iba creciendo y las brujas se perfeccionaban, ahora le robaban los lentes y los documentos del auto. Si yo lo dejé acá hace un minuto, gritaba mi viejo, señalando un lugar siempre muy específico. A veces mi mamá encontraba ciertas cosas y trataba de serenarlo. Ese fue el comienzo de un enfrentamiento que iba a derivar en lo obvio. Él comenzó a sospechar que mi madre estaba aliada, encontraba las cosas porque las brujas se lo informaban. Antes esa situación ella hizo entrar a casa a Doña Carlota. Nuestra situación económica nos permitía llamar un médico en medio de la noche. Como en todas las casas de clase media podíamos hacernos plantillas para el pie plano e incluso elegir un dentista para hacer un tratamiento de conducto pero para ciertas cosas, como siempre ha sucedido, había que hacer contacto con ciertos pobres. Carlota venía de barrios donde es más fácil que nazcan curanderas que pediatras. Traía inciensos y rezos rarísimos, pasaba gran parte, de ciertas tardes, sacando espíritus malévolos, después de tomar té con masitas. A mi me exigían que salga a jugar a la calle mientras la curandera echaba las brujas. Percibí, subido al árbol de paraíso de la puerta, que debía intentar algo. El aura de mi casa estaba contaminada. Una tarde mi hermano estaba hablando con la gallareta que le habían regalado cuando me acerqué a preguntarle, teniendo en cuenta la ascendencia que tenía con mi padre, si no podía sugerirle que crea en Dios. Mi hermano se me quedó mirando y la gallareta le mordió la oreja y voló a la pileta. Él, pegó un grito rarísimo y tuvimos que llevarlo de urgencia a la salita donde lo cocieron y vendaron. Me quedé aterrado, era obvio, la gallareta tenía conexiones con las brujas. Al volver a la casa, con mi hermano recuperado, vimos que un gato negro nos miraba con sus ojos amarillos. Todo se iba a complicar hasta que un día las brujas acabaron con el matrimonio de mis padres. Él cargó una valija con ropa y otra con libros en el escarabajo y se fue. Sucedió esto hace más de treinta años.

El tiempo me permitió intentar una familia. Al igual que mi padre me casé con una mujer muy religiosa que llenó la casa de símbolos. Intentar una familia laica fue una ilusión vana. Todo iba muy bien hasta que. un día. estaba leyendo un libro y fui al baño. Al volver a la mesa vi que el libro estaba abierto en la misma página pero los lentes habían desaparecido. Miré debajo de la mesa, volví al baño. Anduve un rato así hasta que por arte de magia, mis lentes aparecieron enganchados en mi cabeza. Me causó gracia. Reí. Sin embargo tuve que girar porque tuve la sensación que alguien reía atrás mío. En las siguientes semanas se empezó a hacer habitual que los pierda. Mi mujer insistió en que yo no prestaba atención donde los había dejado. Solo eso. Pensé que era posible hasta que un día, no los encontré más y tuve que comprarme otros. El problema empeoró con los gorros. A razón de mi calvicie, se me hizo imprescindible tener siempre un gorro a mano. En 5 minutos, el sol puede hacerme hervir la cabeza. Con una mínima exposición termino insolado o con anginas. No tener un gorro es exponerme a la muerte. Aun así, nunca grité, dónde esta mi gorro, pero empecé a ponerme nervioso. Terminé en un sicólogo. En la primera consulta tuve que volver corriendo, él abrió la puerta y me dio el gorro, en ese mismo momento me explicó que estaba estresado. Solo eso. Si me tranquilizaba iba a dejar de perder ese tipo de cosas. Ahí fue que llegó la pandemia y aclaró todo. Al estar terminantemente prohibido salir de casa era posible que mi gasto en gorros disminuyese al mínimo. El primer año lo logré. Mi mujer y el sicólogo tenían razón. Pero el segundo año perdí tres. Era algo imposible, solo usaba el gorro para ir al chino a comprar lo básico y jamás me había sacado el sombrero en ningún lado. Cuando empecé a perder barbijos me di cuenta que era grave. La primer pregunta que me apareció era si los embrujos se heredaban. Hacía treinta años que no hablaba con mi padre. Me puse un gorro especialmente preparado para mi calvicie y viajé cuatro horas a su encuentro. Vivía en una casa simple. Se lo veía tranquilo. No esperaba verlo así. Estaba en perfecto estado de salud, me recibió jovialmente como si nada hubiera pasado entre nosotros las últimas décadas. Para quebrar el hielo le dije que sospechaba que mi casa estaba embrujada, me miró fijo y comenzó a hablar mientras me invitaba a caminar. He aquí las palabras textuales “Hijo, durante un tiempo, mis convicciones titubearon, sé que compartiste una parte de mi vida donde sospeché que las brujas existían, tuve una guerra interna. Casi claudico, sé que pude haber sido muy intempestivo al irme como me fui pero ahora tenés la edad que yo tenía cuando lo hice, quiero que sepas que busqué refugió primero en la ciencia y después en la filosofía, practiqué el eneagrama, Jodorowski me leyó el tarot, finalmente hace diez años me interné en la selva peruana y practiqué la cotidiana toma del ayahuasca, la planta milagrosa que encamina a los perdidos. La medicina me mostró lo que no podía ver. En mis diarias toma de ayahuasca pude ver que yo, sin querer, concentrado en una cosa, casi sin querer me sacaba los lentes y los dejaba en lugares de difícil acceso, hice eso con las llaves, con los documentos y con casi todas las cosas que podía tener en una sola mano. Volví de la selva peruana con la convicción que no había brujas que robaban mis cosas, era yo mismo que las olvidaba. Una cosa más: Dios no existe”

Las palabras de un padre que no había visto envejecer tocaron mi alma. Era ahora un viejo sabio. Volvamos a tomar algo a casa. Caminé cabizbajo hasta la puerta. Cuando entramos vi, para mi sorpresa que vivía solo. En todo ese tiempo que había pasado solo no había aprendido a cocinar nada. Una horas más tarde le dije que me iba, entonces él tomó las llaves de la puerta y me acompañó a la vereda. Lo abracé sereno y no sé por qué me nació una pregunta simple, por qué me había compartido su experiencia caminando lejos de su casa. Entonces vi que su cara se deshacía, se entristecía de un modo muy niño, se acomodaba los lentes, estiraba la camisa y acercándose a mí, señalaba con el dedo pulgar hacia atrás de un modo muy reservado para decirme.

“Para que ellas no escuchen”

15 comentarios

  1. Valen tus enseñanzas sobre cómo escribir y contar tu propia historia, de la lectura de tus textos se aprende a escribir si prestás mucha atención, lo que no significa que serás igual al maestro. Con suerte , un aprendiz, un aspirante, un discípulo, un seguidor, un peón, un monaguillo,etc. Por una sola razón, el talento no se puede enseñar, no se puede transferir, lo tenés o no lo tenés en tus genes. Y este Sergio lo tiene, ha de ser un hijo de la P.M. (Pacha Mama, para aclarar al Comité de Moderación) para que tenga tanto talento para ofrecer tods las semanas u n relato plagado de originalidad, buenísima trama y desarrollo, con acorde final a toda orquesta. Lo dicho es un hijo de la P.M.

    1. Cachito, vos también sos un hijo de la pacha mamá. Uno joven, siempre joven. Ojalá pueda aprender eso de vos, aunque sospecho que esta en tus genes

    1. Que bueno el relato, me había olvidado de leerlo, en realidad alguna vez puse que uno se parece a su padre a medida que envejece…..
      Yo por esas raras cosas de la vida me parezco…… A tu papá!!!
      Grande JC…..
      La verdad creo que el te explico la película Obra sin autor….

  2. Sorprendente? no que provenga de ti, sino de la originalidad con que presentas la realidad más honda del ser humano. Gracias

  3. Brujas y dioses. Te veo reír cuando decís «ayahuascas». Son cuentos a los que no podés dejar de leerlos. Empecé al revés, leí primero el que le pega al padre una trompada. Ahora voy para atrás: Qué grande, Sergio.

    1. jajajajaja. Que bueno que hayas empezado al revés e igual funcionó. Aurelie que comentó acá abajo leyó primero ese pero lo tiene que traducir al francés. Ya ayer me decía que ese texto era una locura. jajaja. Pero me divirtió.

  4. Hola Sergio, siempre me sorprende en algún momento de los relatos, algo me identifica personalmente, en este caso «la Gallareta»…. pueblo del norte santafesino. abrazo

  5. Magno relato.
    Entre las brujas y dios,prefiero a las brujas.
    Las distracciones humanas nos hacen perder o dejar cosas donde no, no hay que hacer responsables a las extraordinarias brujas y sin olvidarnos que Dios no existe.

Se agradece compartir

Más relatos de viernes

Escritura
Sergio Mercurio

El Amigo Equivocado

Yo tengo un amigo que está equivocado. Muy equivocado. En casi todo. Si hablamos de comida, come mal. Muy mal. Es desordenado. Es de público

Seguir leyendo »
articulos
Sergio Mercurio

Volver a volver

Durante el período de mi vida que fui un viajero la parte que más disfruté fue el retorno. Volver era siempre una alegría sin ningún

Seguir leyendo »

PODCAST: Echado de la librería