Escritor, cineasta, actor, director, formador

Que Dios nos ayude

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por Sergio Mercurio

Allá por el 2003 se sentó en un micro casi 20 horas para festejarle el primer cumpleaños a su primera nieta.  Vino a Brasil con el objetivo de abuelar. Ya sé que este verbo no existe, pero me agradó inventarlo teniendo en cuenta que hoy en día ser abuelo es una insensatez y sobre todo algo que desaparecerá muy pronto y que nadie defenderá nunca y además y lo más importante, nadie podrá cancelarme por inventar esto, ni yo mismo.  Mi madre era religiosa pero lo ocultaba, trató de no inculcarme ninguna información sobre la existencia de Jesús, fue por eso que la primera vez que vi un crucifijo, colgado del espejo retrovisor de un taxi, enojé al taxista tratando de tocar a Tarzán y el tipo le dió a mi madre un sermón de aquellos. ¿Alguien da un sermón hoy? Cuando fue a Brasil, agarraba el carrito y se llevaba a Violeta por diferentes lugares de la ciudad mientras le hablaba y cantaba. Uno de esos días volvió muy contenta porque había entrado a la catedral, ahora te interesa una iglesia, le dije. No, me gustaron mucho los vitró. Me explicó detalles mientras yo me reía, acusándola de religiosa. Trató de insistirme en que entrara pero nunca lo hice, sin embargo, cada vez que nos encontrábamos y ella me repetía preguntas sin esperar la respuesta yo le hablaba de los vitro de Porto Alegre. Ahí se reía y el vos sos un pelotudo, permitía conectarnos en serio. En uno de mis viajes le traje de El Salvador una foto del monseñor  Arnulfo Romero que recibió con mucha alegría, ya que los sin Dios ya se le habían metido en la casa a robarle y torturarla, para ese entonces, ya sabíamos que prendía velas, rezaba y ya no le molestaba ser creyente. Yo me mantuve ateo muchísimo tiempo, antes de descubrir a Spinoza, había escrito un poemario en el que expresaba que andaba necesitando de un Dios. Años atrás, di con uno de los últimos libros que se editaron de Umberto Eco, me impactó la crónica sobre la decadencia de Dios.  En ella Eco, anuncia que el descrédito del creador y las religiones, del pecado y el paraíso anunciaban una anarquía preocupante ya que el vulgo había advertido

que nadie iba a castigar, nunca. Comenzamos a descreer no solo en la existencia del paraíso y del infierno sino incluso de la existencia de un Dios observando nuestros actos y dispuesto a castigarnos. Para Eco: la religión, si bien había entorpecido las mentes y había sido una institución de opresión también había garantizado un cierto equilibrio social. Muchos, pero muchísimos seres, no habían hecho grandes cagadas solo porque los estaban observando e iban a castigarlos. No sé si llegaba a decir que en caso de todo seguir así íbamos a extrañar la iglesia, pero, al leerlo, sentí algo parecido. La evolución al Phono Sapiens terminó de dejar de lado al barbudo invisible, y trajo otras creencias sorprendentes, los pateticos standaperos evangélicos o la divertida iglesia de Maradona. Pero a mi modo de ver nada igualó al Dios Pandemia. El virus instaló la convicción que cada uno de nosotors éramos, sin querer, una máquina mortífera, y que el solo hecho de acercarnos a otro podía destruirlo.  «A Oscar lo contagio la empleada». Una vez descartados los barbijos, una nueva religión se instalaba y un nuevo Dios quedó, igual que el antiguo invisible y todopoderoso. Somos policiados por nosotros mismos. Es fácil observar que rápidamente cada uno se instaló el chip de la censura, primero en su vocabulario y después en todos sus actos, pero lo más jodido es que se instaló en nuestros pensamientos. ¿Qué estas imaginando? Cada uno de nosotros se juzga. Todo el tiempo. Nos juzgamos. Lentamente nuestros actos se tornan más meditados, más robóticos, menos naturales. Cuando tenía 8 años, estaba viendo una serie con mi papá, era un policial donde el ladrón corría se tropezaba con gente y nadie lo detenía. Le pregunté a mi papá por qué nadie lo detenía y él me contesto que eso pasaba en Estados Unidos.  Más cerca en el tiempo, al salir de un festival de teatro muy importante de  Francia una persona me esperó para decirme que no aguantaba los bodrios moralistas del teatro y que estaba feliz de haber visto mi espectáculo porque le parecía que estaba vivo. Agregó que era imperfecto. 

Estas dos anécdotas son de un tiempo donde había desilguadades temporales que afectaban las costumbres: hoy es lo mismo aquí o en Singapur, cada uno es su peor enemigo. La única manera de recuperar confianza es leer a Spinoza, y confiar en los errores apenas como algo inadecuado. El Dios de Spinoza no es este Dios que hay ahora, nada que ver. No sé si te viene a la mente ese cuadro que me enseñaron en la escuela primaria,  era como si fuera una pirámide donde muy abajo están los minerales, arriba las plantas, más arriba los animales y en el tope los humanos. Vi ese cuadro en la versión religiosa, donde ponen un ojo encima de todo.  Este tiempo ha sacado el ojo que todo lo observa, castiga y premia, hoy el hombre es el responsable de todo sus actos, no solo de este planeta sino del sistema solar entero. Creer esto condiciona nuestra vida hasta límites insospechados. El oráculo de Delfos tienen la misma utilidad que el peine de los pelados.

Si realmente manejamos nuestros actos, si realmente somos el tope de la pirámide, si nosotros mismos todo el tiempo tenemos control de nosotros mismos entonces ya no necesitamos conocernos, hemos llegado a ser Dioses. Se acabo el oráculo de Delfos,  ya nos conocimos.  Listo. Por suerte Spinoza nos desasna de esta insensatez. El hombre no está en ningún podio. Dios sive Nature. El hombre es parte de Dios.  Dios es inclusive este tiempo. Dificil, igual a todos los anteriores, No quiero ahondar en esta reflexión porque hasta aquí me da, hoy. Muchas otras cosas que pienso solo las comparto con ciertos amigos muy íntimos que son incapaces de hacer público ciertos pensamientos que me cancelarían en un instante.  La amistad sigue siendo el paraíso. La tiranía se ha instalado, gratis, hay que esconderse para decir lo que pensamos, hay que esconderse para decir cosas que sentimos, para no concordar. Qué Dios nos ayude.


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