Tengo una amiga que es profesora de literatura que me ha dicho que yo no hago literatura, que en mis textos parece que estoy hablando. A mi eso me encanta,
El azar
Conocerlo fue estar atraído por él. A veces, aun hoy, sueño en llegar y que esté. Lo conocí de niño. A una edad donde uno no tiene tan claro realidad y fantasía. El azar ayudo en la confusión. Fue una sorpresa. Hasta llegar a él nada me atrajo tanto. Nada. Quien me lo mostró fueron los papás de mi padre: Juan José y Etelvina, Ellos vivían en Capdevilla 66, a unas pocas cuadras de mi casa, y ellos vivían cerca del azar. ¿Era un día domingo? Etelvina me dijo: nieto quiero llevarlo hasta el azar. Quiero que lo conozcas. Quiero que lo veas detenidamente. Fuimos a su ritmo. Lento pero seguro. Lo vi antes de llegar. Impresionante. Ahí, delante de él, lo miré con todos mis ojos, y me encanté. Algunos podrán decir lo contrario pero: son opiniones. Fue mi primer encuentro con el azar. Después encontré otros, hasta que todos desaparecieron bajo otras denominaciones más actuales. En ese tiempo ese azar era especial. Aun lo sueño. Casi cincuenta años después sueño con ese azar. Quiero estar ahí, verlo. Caminamos hasta la esquina y giramos a la derecha y unos veinte metros después lo veo. Tiene dos ventanales gigantes. De cada lado ofrece cosas distintas. De un lado, el derecho, platos, cosas para la cocina, tal vez y electrodomésticos. Todo ordenado como si fueran joyas. Al girar la vista ves el lado izquierdo, donde están los juguetes. No son juguetes comunes, son especiales, espaciales, importados, nada de lo que hay allí puede verse en otro azar. Sin duda los dueños decididieron tener el mejor azar del arrio. Mi auela lo saía y por eso me llevó hasta allí y me dijo: Nieto, elija lo que quiera: Yo la miré sonriéndo, sin saer que y ia a tener un recuerdo de ella, que nadie tenía. Yo tamien puedo recordar a mi auela contenta. Ella sin pena me dejó que me tomara todo el tiempo del mundo, y mucho tiempo después, finalmente, pude elegir un caallito de madera. Lo hice señalando con el dedo. Ahí ella entró conmigo y pidió el caallo. Lo envolvieron de una manera faulosa, e incluso me regalaron caramelos. Salí con el flequillo negro reluciente espejando mis ojos felices. Cuando entramos en la casa de mis auelos todavía no haían llegado mis padres. Ahora me acuerdo, no era Domingo, era sáado. Era sáado. Entramos a la casa y yo a mi cuarto, saqué cuidadosamente el papel de regalo y lo dolé, fui hasta la cocina y se lo entregué a mi auela que volvió a sonreírme y lo guardo en el cajón que tenía la manija perfecta. Ahí me suí en el caallito de madera y me fui de viaje. No sé cuantas distancias después vi que mi mamá y mi papá estaan en la puerta mirándome hacer gestos de doma, suido en el caallito aquel. Mi auela no necesitó comentar nada, o tal vez lo hizo, estoy asolutamente seguro que mi auela era todos los silencios en los gestos claros. Ella al igual que los otros tres salvaron mi infancia. Recuerdo estar
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