Escritor, cineasta, actor, director, formador

Charly

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por Sergio Mercurio

Atravesó la puerta del salón con unos anteojos ni muy tradicionales ni muy novedosos. La nariz aguileña y los ojos azules. Encorvado, fruto de haber sido alto y amigo de enanos. Tenía una camisa celeste, casi lila. Corbata azul, estilosa.  La actitud del perro callejero que se te va acercando a la vereda dubitativo y al final  esta entre las manos de los que odian los canes. Buscó un lugar al fondo. Fue arrastrando su cuerpo poniendo énfasis en que sus talones se exhibieran. Dejó una carpeta pulcra sobre la mesa. La abrió. Retiró de dentro de su saco una lapicera, que apoyó como  pianista y se sentó sonriente mirando hacia el pizarrón, entregado al porvenir. No dejo de sonreír hasta que llegamos a quinto año y dejamos de verlo. Así era Charly.  De vez en cuando lo llamaban a dar una lección, en ese momento sonreía, se levantaba, se abrochaba el saco y lentamente tomaba el pasillo central como el que va a recibir un premio. Pero no, nunca había estudiado. Saludaba cortes y volvía con un uno. En los exámenes se manifestaba parecido. Miraba hacia el frente, la espalda recta, respirando la nada. Entregaba la hoja en blanco apenas adornada con su apellido. En los recreos, a veces se juntaba con algunas gentes más grandes y permanecía sonriente igual que lo hacia con nosotros a medida que nos fuimos alejando en el sistema educativo. No tenía muchas opiniones, ni muchos gustos, en lo que se excedía era en su alegría. Participaba de casi todas las actividades sociales que organizábamos agregando serenidad. Pronto le comenzaron a decir Kung Fu, por su actitud tranquila, pero era un mal apodo, porque en su caso nunca entraba en acción. Nunca. Una vez decidí sentarme al lado en el  último banco. Y lo confirmé.

Era alguien muy suave. Nunca se preocupaba más que por estar bien. Me saludaba sonriente y me escuchaba. Pude conocerlo más y no tenía ninguna razón especial para hacer lo que hacía. No había fundamentos. Al menos nunca me los dijo. No rechazaba nada. Tampoco admiraba algo. Si yo hablaba mal de un profesor concordaba, lo hacía con gestos. Lo contrario también. Era un empatizador. El primero que vi en mi vida. ¿Qué será de la vida de Charly? Lo imagino igual. Relajado. Sin problemas de colesterol, ni triglicéridos, lejos del infarto o al acv, nunca delante de un juicio. No voy a negar que me gustaría saber su secreto. Para mi vivir más tranquilo es la insignia que encontré escondida después de miles de aventuras, porfías, y contratiempos y sobre todo choques de frente a doscientos kilómetros contra un muro de hormigón armado. Yo no tengo coraje de expresar que que algo he aprendido sin recordar que Charly vivía así: tranquilo, delante de un algo que parecía que nos presionaba, que nos obligaba a tomar un rumbo y que nos influía a todos menos a él . El tiempo ha demostrado que las excusas han servido para arar la tierra y que la filosofía es mejor que la jubilación. Charly llegaba tarde, entraba sonriente y bien empilchado, las cataratas de odio de los profesores no lo inmutaban. No le hacia nada la lluvia o el calor. La policía o los ladrones. Todo la clase lo saludaba sin darle reverencia. Era estimado. Caía bien con poco. Pero no era poco.  A simple vista parecía lo contrario de la rebeldía. La rebeldía era yo, que me sentaba con él y que ahora, después de 40 años solo quisiera encontrar a Charly para  en vez de estudiarlo copiarlo y de una vez por todas aprender algo. 

4 respuestas

  1. Yo pienso que muchísimos de nosotros habríamos querido conocer su «secreto» más en estos días! Gracias Sergio!

  2. Feliz de que ya estés en Bolivia. Y alegre con poderte ver el domingo 1.10
    En Cocha!!!! Enhorabuena!

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