Escritor, cineasta, actor, director, formador

El Éxito

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por Sergio Mercurio

Y ahí va con el saco marrón y su pantalón gris debajo, con su camisa clara, con sus zapatos algo ralos. Ahí va, con esas manos que Miguel Angel logró instaurar como proporcionadas, llevando algo envuelto en un papel de diario. Va ajustándose los lentes, siempre con un pañuelo a mano, ahí va, tarareando. Su paso se refleja en el empedrado, en el otoño ámbar de las 5 en punto de la tarde. Lo veo ir y sé que va a volver luego porque estoy en el único lugar del mundo donde jamás desconfié de algo.

De la nada mi papá me llama. Sí, estoy bien, bah, masomenos. Me dice que alguien le dijo que hablaron de una de mis películas. Que estuvo pensando en esa que hice primero, la del reencuentro. Quiero verla de nuevo. La tenia en VHS. Hay que organizar algo para pasarla. Se queda hablándome y nunca me termina de decir que todos los que están filmados, absolutamente todos, menos él, ya no están. Estoy tentando a decirle que no creo que le importe a alguien, pero mi papá casi nunca llama así que lo escucho. En algún lugar la debo tener. La debo haber digitalizado. Es que era muy buena. Yo escucho eso y sé que no es verdad, me acuerdo de las circunstancias, mi abuelo fue invitado a comer un asado para un reencuentro de un club de fútbol. No tengo idea porque fui. Debe haber sido azar. La cosa es que llegamos y veo algo así como 50 viejos que en 1950 habían formado un equipo que se llamaba El Ciclón de Banfield. Los conozco a todos de vista. Le pido las llaves del auto a mi viejo y me voy a mi casa a buscar mi cámara Panasonic, un vhs HG de 90 nuevo que voy a usar en velocidad rápida para tener mejor imagen, le engancho el micrófono, compro unas pilas y agarro el manfroto y vuelvo.

Y ahí vuelve sonriendo, los anteojos grandes, el saco en una mano y en la otra un toco de plata que me deja encima de la mesa, ella se va a buscar una taza para que el boldo que siempre sobra. Al dejar el saco en la silla  ni voy imaginar que la mayoría de ellos tienen hombreras, el de él no. Los hombros de él están lejos de su cara. Entonces se abre más la camisa y finalmente opta por dejarla en otra silla y se queda en musculosa. Deja el tarareo. Voy a necesitar 3 más. Ella trae el té de boldo que él recibe y con una galletita criollita en los dientes, replica Traéme Diez. Así nomás. Sin caja. No gastes. ¿Para cuándo los podés tener? Esto es un éxito.

Empiezo a hacer tomas de las fotos que ellos colgaron de un alambrado. Mi papá me dice que hay que filmar el asado. No hay manera de hacer algo decente. Lo agarro a mi abuelo que para de reírse de todo. Dígame, m´hijo. Pensé en hacer unas entrevistas pero por ahí los dejo que coman. No, m´hijo, que coman después. Che, Toni venite a charlar que mi nieto va a hacer una película. Siempre me sorprendía dos cosas de mi abuelo; la facilidad de convencer a cualquiera y la credibilidad que me tenía. Al rato Toni está mirando a cámara. Hago tres entrevistas, filmo un poco más del asado y por más que hay una pelota de futbol, imaginar algo parecido a un partido sería oportuno si hubiera 2 o 3 ambulancias a mano.  Igual espero.  Juegan pero hay demasiados pibes colados. Lo llamo al primer viejo y le digo si puede hacer un poco de jueguito con la pelota. Lo hace. Listo. Tengo una película que como mucho puede durar 2 minutos. Llego a casa y veo un par de veces el material. Imposible. Es un embole. Suena el teléfono. Cuándo va a estar lista, m´hijo. Es algo muy aburrido. Hacela con lo que tenés.  Cuelgo y camino por el departamento que el día que me mudé me ayudó a pintar él. Entonces me resuena su voz. Hacela, m´hijo, levanto el teléfono y  pido turno en la isla de edición, llevo unos casset de música, edito y saco el master que copio dos veces después no me acuerdo de más nada. Ni siquiera me acuerdo cuánto duraba, pero eran más de 2 minutos.

No entiendo la conexión que ha sucedido en la cabeza de mi viejo. Ultimamente trata de repetir lo que piensa y como corta partes hay que completar con la imaginación ciertos baches, me habla de un periodista que habló de Garrafa Sanchez, me pide que lo busque en internet, pero casi sin  ningún puente salta con el video ese de hace 35 años al que llama mi primer película. Está tratando de convencerme de que busque un DVD para que el haga una proyección que será un éxito. En los términos en que suele moverse mi viejo, las cosas son un éxito o un fracaso. Ya se le va a pasar. Mi papá se entusiasma con cosas que al primer minuto de empezar a hacerlas le parecen imposibles. Él habla y de pronto de una manera impensada aparece mi abuelo. La voz de mi papá es la música de fondo de lo que estoy viendo. Estoy con los ojos abiertos escuchando y asintiendo pero sobre todo estoy en el año 88 y tengo 20 años. Mucho se ha argumentado acerca a favor de esa edad y de ese tiempo. No voy aquí a contradecir aquello, para mí esa edad fue maravillosa.

Ahí va, con esas manos que Miguel Angel logró instaurar como proporcionadas

Fue un tiempo intenso, un tiempo corto también. Fue un lapso donde por instantes me sentí invencible. Donde me rechacé poco. Los 20 años son, en el imaginario colectivo, un tiempo perfecto, el tiempo y la curiosidad me ha demostrado que también son para muchos un infierno. Para mí, y esto lo puedo advertir recién ahora, que mis hijas han pasado o se acercan a esa edad que el mundo, como dice Borges, transita siempre el peor momento de la historia; que es algo como decir que el tiempo es siempre igual, es imperfecto. Cómo uno puede entonces decir que los 20 años son un buen tiempo. Tal vez, el hecho que el organismo es fuerte ayude. El hecho que uno le pegue una patada a una pared y las consecuencias sean una uña encarnada solo sucede en ese tiempo. En ese tiempo uno suele cometer muchos errores y puede acomodarse y dar de nuevo, eso hizo mi abuelo que hasta sus 20 solo había perdido. Mientras mi papá habla yo me traslado a ese patio, me veo leyendo un libro que me parecía fascinante, Almendrita. Quiero acordarme de la lata de pintura que usó para pintar mi bicicleta. Quiero saber qué tipo de amarillo era. El que me gusta es el de la tapa del libro que escribí. Ahí vuelvo a verlo cuando sale de su casa caminando. Lo veo irse con mis videos. Estoy tentado a escribir que no valoré ese momento, pero no es cierto, Ver a mi abuelo vendiendo mis películas en el barrio fue uno de los momentos más importantes de mi juventud. A mediados de los 90, cuando comencé a presentarme en los teatros de Banfield, había viejos que todavía me llamaban el cineasta.

En esa época al fondo de Maipú, donde otrora fue el Monte Correa, había una treintena de casas que tenían en la repisa una caja de color verde y con una fotocopia de buena calidad decía  El Reencuentro. otra que se aun ve, se piratea y casi nadie da crédito. Fueron experiencias muy potentes para mí y hay algo que las une, en ambas no he podido recuperar el dinero que invertí y sobre todo nunca gané prestigio por haberlas hecho, ni siquiera hicieron que me susurreasen cineasta. La única que logró ese título fue esa que filmé en un asado, cuando tenía 20 años, esa de la que habla mi viejo, en esa gané plata, me sirvió para pagar el alquiler y para que el barrio me respetara. La razón por la que lo logré tiene que ver con él y ahora lo estoy viendo. Veo que está saliendo no solo con las diez que le llevé luego sino con otras diez que me pidió que copie rápido. Lo veo contento, lleva en sus inmensas manos unos VHS  con la películas que ha hecho su nieto. Lo veo. Ahora mismo vuelvo a verlo y voy a tener que plagiarme: Nunca nos va a faltar lo que de verdad hemos tenido. Va a ser un éxito, dice mi viejo, que todavía sigue explicándome dónde va a pasar el video si yo encuentro el DVD. Entonces lo interrumpo. Lo hago de la manera más amable que encuentro. Ya lo fue. Mi papá no llega a escucharme porque somos parecidos, hablamos solos. Él me habla del éxito pero se refiere a mi película y yo me refiero a mi abuelo. Mi abuelo lo era. El confirmó el éxito de mi primer película pero en realidad él fue mi éxito, tener ese abuelo fue un éxito y esto que cuento lo explica. 

13 respuestas

  1. me sale pemsar que tuvimos mejores abuelos que los que tienen nuestros hijos.abro el debate.polemico- muy bueno el relato.

    1. Es interesante lo que comentas. He reflexionado sobre eso, tambien. Hacían de abuelos, la duda que tenemos es si, en este tiempo, esos abuelos que tuvimos volverían a elegir lo mismo que eligieron. No lo sé. No hay como responder esa pregunta. Pero tengo alguna hipotesis. Yo creo que quien tuvo abuelo y reconoce eso como algo muy importante de su propia vida, esta tentado a hacerlo. Al menos, yo vivo eso como una tentación como una posibilidad. Que si alguna de mis hijas me ofrece esa chance voy a aprovecharla. Pero bueno, todo esta imposible de verificar ahora mismo.

      1. toodo es incomprobable noo ?? lo qe sii es seguro , para resguardar a la generacion que quiza le toca el cuestionamiento es que hay un cambio de epoca que los ampara . y comparto la idea del hecho de haber pasado por la experiencia de tener abuelos nos invita a serlos. veremos que sucede. de mi parte no puedo prometer nada . estoy ahi …. deberia ser mujer , para ser abuela. ,jajaja . La relacion que mas me ha pegado es la de tio.

  2. Deberían ser eternos los abuelos. Creo que nos damos cuenta que no somos eternos cuando el primero de ellos se va

  3. La abuelidad tuve la fortuna de vivirla con PapáChucho… el mejor abuelo. Conocí a tu abuelo a través de “el pintor de la bóveda de Perón” extraordinario. Hoy, no soy abuela pero no es algo que me preocupe, ni tengo prisa en serlo, mis hijos no están interesados , por el momento, en ser padres, son muy jóvenes aún y ven la responsabilidad que implica tener hijos. Agradezco esa apertura de conciencia en ellos. Abrazo fuerte

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