Escritor, cineasta, actor, director, formador

Estos Gallegos

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por Sergio Mercurio

A los 17 años caminé por 4 horas en el parque Nacional Lanín, hice una parada para tomar agua y alguien me dio un caramelo ácido de ananá. Al colocarlo en mi boca, me dio la sensación que jamás había comido uno. Existía el caramelo más rico del mundo y lo acababa de descubrir. Días después,  al retornar a la zona urbana, lo primero que hice fue comprarme muchos, al llevar el primero a la boca, viví un engaño. Abrí otro, y otro y otro, el quinto lo tiré con la certeza de que no eran los mismos. A los 17 años uno cae muy fácil en ciertas trampas. Las cosas no son maravillosas, lo maravilloso son las circunstancias. No era el caramelo lo increíble, lo increíble era caminar por un parque nacional, estar cansado, y de pronto sentarme a observar tomar un poco de agua y recibir un caramelo. Un vaso de agua cuando se tiene sed, es mejor que el mejor vino por nada. Las circunstancias puede que lo sean todo.  La voluntad del regreso no evalúa esto.  Es importante este comentario para afirmar que muchas veces me escuché decir que el mejor festival al que había ido en toda mi trayectoria estaba en Galicia en un pueblo cuyo circular nombre escuché en el 2009 por primera vez: Redondela. A diferencia de muchos latinoamericanos España jamás entró en el radar de mis expectativas y hasta ahora me parece ridículo que tengan un rey y no les cause gracia, o vergüenza. Al llegar a Redondela descubrí que ese pueblo pertenece a Galicia, es tierra de gallegos y no son el pueblo elegido del Rey.  A 400 metros del mar, allá en Pontevedra, Redondela  descansa en caminos que  como ríos, van esquivando la geografía de las casas, pueden hacerse diminutos y por una extraña razón todos parecen volver al centro. Por eso es tan fácil perderse. La razón por la que recordaba Redondela era múltiple. Todos allí parecían estar esperándote. En esta tierra hay gente que tiene bisabuelos gallegos y abuelos argentinos.  Por eso llegar allí es un encuentro con un pariente lejano. Llegar allí fue un reencuentro ansiado. Me acordaba de sentirme querido, agasajado, festejado y finalmente emocionado. En el año 2009, en el último día, llevaron a todos los titiriteros que participaban en el festival a una montaña.

Subimos por un sendero verde en un bosque alto hasta llegar a un claro.  Nuestros pies quebraron una rama y una gaita despertó el bosque y los pájaros. Mujeres gallegas vinieron a nuestros encuentro, mientras la música desplegaba notas que eran bailadas, no puedo ordenar los recuerdos porque fui asaltado por las emociones. La música celta gallega y los bailarines iniciaron el espíritu  del bosque, los que íbamos caminando quedamos absortos en una fila congelada, allí llegaron a nuestra  frente mujeres que nos lavaron las manos con agua de rosas, nos lavamos la cara y nos  dieron una copa de vino. Allí el brindis nos regocijó y después la piel, esa que nos recubre y a veces protege, o separa, abrió sus poros para beber el bosque y sus duendes. Recuerdo estar sentado en un tronco observando, después de haber bailado feliz y bajar la cabeza llorando de alegría. Ahora que estoy volviendo a Redondela después de quince años, la experiencia me dice que pudo no haber sido tan así. Trato de prepararme para la decepción, me explico cosas que pudieron favorecer mi sensación.  No quiero contarle a Rosi y a Rita mucho, porque tal vez todo haya sido un caramelo de ananá. Estamos volviendo a Redondela pero esta vez con Viejos, la obra que le dediqué a mi madre y es la primera vez que la haré desde que se ha ido. Al otro día de su muerte me encerré en mi taller a rehacer los títeres. Rehacer los muñecos era una manera de estar con ella de volver a homenajearla. Trabajé sin descanso, durmiendo poco, y terminé uno de los muñecos unas horas antes que salga el avión. El cansancio me ha hecho permeable. El  hotel en que nos reciben sigue frente al mar, allí está esperándome Luis, el director del festival, nos abrazamos. El sabe lo que yo sé. He venido a Europa solo para estar aquí, he venido a España solo para volver a Redondela. Le cuento mi recuerdo de la montaña y me dice que este año es imposible porque los recortes presupuestarios, han hecho que el festival sea menor y que no haya una despedida colectiva, sin embargo, me dice, debéis tener hambre. En los días que pasemos en Redondela, no habrá comida, solo habrá manjares. Luis me pide que organice el trabajo de modo de no perderme el almuerzo colectivo. 

Al otro día comienza el montaje bien temprano, los técnicos son suaves y trabajadores,  al mediodía nos vienen a buscar para almorzar con todas las compañías, no son tantas como aquella vez, pero debemos ser unas treinta personas, primero paramos en un bar para un aperitivo y después vamos todos en fila por las calles antiguas hasta que estamos por entrar a un restaurant que está al final de una cuesta, apenas nos detenemos igual que me detuve a los 17 años en el Lanín, algo va a suceder, un gallego viejo y con sombrero de paja sale gritando y abriendo los brazos para recibirnos: Bienvenidos titiriteros. Todos estamos entrando a un lugar que abre sus dos puertas y en el mismo instante comienza la música,  vuelvo a pisar la montaña gallega, a lavar mis manos con agua de rosas. Esta vez las castañuelas dividen el silencio y un sonido medieval me transporta. ¿Dónde estoy? Un hombre salta, gira, nos enreda. Cada unos de los que entramos somos bienvenidos y encantados. De a uno, somos provocados a sentir. El de pelo largo y chaleco, el de sombrero con pluma, el de la camisa floreada, el de las castañuelas, está bailando muñeira. La música es celta y gallega, lo que señala una dirección inequívoca. No es en este tiempo donde hemos entrado, todo es antiguo y festivo, todo es primitivo, todo vuelve al centro, un sonido comienza a tocarme el pecho, lo observo, un hombre gira una rueda de un instrumento de cuerda que sostiene sentado en sus piernas, es una sanfona, hay un acordeón y un bombo con dos mujeres, todo es una combinación que me hunde el pecho,  una alegría que en este ultimo tiempo me fue esquiva se enciende  para quemarme entero. No puedo parar de llorar de alegría, no puedo ver, solo siento.  Me siento igual que 15 años atrás. En este momento comienza un bucle temporal y un desorden de acontecimientos, estoy saliendo a escena, el teatro tiene sus 270 personas sentadas, entonces hablo y un sonido quebradizo se mete en mi micrófono, hago un chiste sobre eso pero esta vez los sonidos se multiplican, opto por sacarme el mic en un solo gesto, entonces el público entero me aplaude. Están celebrando que lo haga a viva voz, a la antigua. Todo es a la antigua en este lugar, te convidan vino, te sirven pulpo, una y otra vez, ríen, cantan, te sirven vieira, te consideran, te dan confianza, bailan, te vienen a buscar y te esperan, te convidan langostinos gigantes y absolutamente todas las variedades de sus frutos de mar y sus comidas,

su música, da la sensación que una vez que esto termine no les quedará nada, bailan como despidiéndose de la vida, tocan música prohibida, aquella que llama a los seres ocultos, yo estoy ante ellos transpirando sin parar, mientras actúo, las risas me obligan a que me detenga para continuar  porque sigo sin micrófono, una escena antes de terminar mi obra el público se levanta de las butacas aplauden y me vivan.  Unos segundos antes, El Profesor le dijo a un muchacho que lo recuerde, porque recordar una persona se parece a salvarla. Concuerdo. Recordar es salvar las cosas. Por eso he vuelto aquí, he vuelto a trabajar aquí para salvar este lugar en el mundo.y esta gente. Ahora lo advierto, la maldición del regreso se ha quebrado y Redondela aun existe después de 25 años. El espectáculo ha terminado. Estoy parado viendo a los ojos a estos gallegos que aplauden sin parar. Días después, esto ha terminado y no hay manera de sacármelo del cuerpo. En la última función del festival, que también fue la mía, vinieron las autoridades del pueblo a dividir el escenario, una y otra vez los políticos señalaron el esfuerzo de Luis, el director, y él una y otra vez los interrumpió para decirles que no era él, que era un grupo. No hubo manera de que se instale lo individual en lo colectivo. No hay manera de recordar algo de Redondela sin recordarlo todo. En un momento me acerqué a agradecer a los músicos lo que habían hecho, el bailarín me confía que hace 15 años me recuerda, que mi trabajo le ha marcado y que ha convencido a sus amigos para que me vean. Estoy delante de un recuerdo que no se termina y es circular y siempre vuelve al mismo lugar, sigo estando en Redondela, todo se retuerce y vuelve, un río limpio atravesando un pueblo, sigo escuchando una sanfona, aquel instrumento traído por el camino de Santiago, sigo  viendo un baile típico, sigo viendo gente y más gente que inventa la fiesta, en el medio de eso estoy con Rosi y con Rita, nuestro ángel portugués que nos apaña. La asociación que organiza el festival de Redondela se llama «»xente titiritera», con x, en gallego. Son gente que le gusta que esto suceda, no son titiriteros, son gente. Una de las cosas que se encuentra aquí, es puesta por ellos, es algo que puede que ya haya desaparecido de la faz de la tierra o al menos lo este haciendo y es la confianza. No se puede salir de Redondela y de su xente sin confiar un poco más, sin dejar de tener hambre, sin estar emocionado, sin recordar a estos gallegos Ojalá que el tiempo, mis actos y este recuerdo, me convierta en este tipo de gente.

22 respuestas

  1. Un abrazo grande desde Vigo, al ladito de Redondela, de uno de tus espectadores del espectáculo del viernes 17. Solamente puedo decirte una cosa: ¡Grande! Yo fui uno de los que se levantó y que forzó las manos a aplaudir, a pesar de tener el brazo lesionado, ante tal alarde de arte y de emoción. Nos has hecho emocionarnos y llorar y por eso, gracias, muchas gracias. Un apunte para aquellos que no sepan gallego: la x en gallego se pronuncia como la sh en Shakira, una s medio silbada. Para que podáis apreciar lo que significa para nosotros el oír palabras como xente o enxebre (tradicional, de la tierra). Un abrazo grande a tod@s. Y Sergio, no dejes de volver por esta que seguro también es tu tierra, pues gallegos y argentinos somos más que conocidos, somos familia.

  2. Allí, en el espectáculo del viernes, estuvimos Olimpio y yo disfrutando emocionados… Leyendo esta crónica sobre el festival, Redondela y sus gentes, no me cabe duda que ya eres «algo nuestro».
    Vuelve cuando quieras, estás en tu casa!!!.

  3. Galicia entera produce una mezcla de sensaciones y emociones inconmensurablemente fuertes y hermosas, creo yo, que ya “sinto morriña” por volver. Gracias por compartir tu experiencia de forma tan vívida y hermosa, Sergio. Moitas apertas e bicos!

  4. Lindo relato, pareciera hecho a pura emoción, un vuelco de sensaciones mas allá de la propia escritura. Parece raro, no ? Pero quiero interpretarlo de esa manera. Un baldazo de un estado anímico feliz. Circunstancias que saben desnudar la intimidad, para compartir, dividir el volúmen para que otros reciban las porciones y nos haga felices a nosotros, los que leemos lo que tu generosidad reparte. Un abrazo.

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