Escritor, cineasta, actor, director, formador

Oír Lisboa

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por Sergio Mercurio

«Para Rita»

Escribo este texto con una certeza. Puedo revelarlo todo, dar todas las indicaciones, pero se necesita la llave y la llave siempre o casi siempre es alguien. Uno de los primeros cuentos que marcó mi juventud fue Los primeros hombres de Howard Fast, Después de su Espartaco, ese cuento se me tatuó por la solución que los niños encuentran. Me inquieta no poder recordarla, sé que tenía que ver con el tiempo y sé  que tiene que ver con Lisboa. Ayer de noche, mi hija mayor, me confesó que  todo aquello que le gusta y no entiende la provoca a investigar hasta el hartazgo. Somos iguales. Sé que para escribir de Lisboa debo encontrar ese cuento y volver a leerlo. El año pasado, cuando estuvimos allí alguien que hasta ese momento me pareció apenas un ser encantador, nos comentó que en Lisboa había un bar secreto, llegamos a su puerta pero estaba cerrado. Este año ella nos estaba esperando. Lisboa es avallasada por el turismo, es encantandora, magnética pero sin embargo hay más Lisboa en Lisboa que conexión con internet. Ahora puedo decir que ella tiene las llaves, caminar con ella es parecido a seguir a Frodo Bolsón por la comarca,  la bienvienen y entra, andar con ella es cruzar turistas que están mirando otras cosas, es andar caminando rápido por callejones oscuros donde pareciera que algo malo va a pasar pero todo lo que pasa es bello, es agacharse para ver lo que un zócalo esconde. Claro que para conocer la Lisboa de la escribo hay que andar con quien tiene las llaves, como es su caso. En la película La Grande Belleza el protagonista vive lo que nosotros hemos vivido, pero en Roma, justamente porque conoce a quien tiene las llaves. Esta vez, mientras caminaba por Alfama, me asaltó una conclusión, conozco quizás todas las ciudades históricas de America Latina,

en muchas de ellas he vivido largos meses, puedo describir de memoria rincones de Quito, o Antigua Guatemala, saber donde esquivar el sol en Sucre o donde ganarlo en Salta. Si sumara todos esos lugares Lisboa seria más grande. El tema con Lisboa es que no termina, y en que no hay tiempo para sus misterios porque por ejemplo todos, más o menos, saben que hay un lugar de Lisboa donde tocó Madona, donde Sting amanece, donde Bod Dylan susurra, y donde Phil Collins toca el piano al día siguiente que canta Caetano y ciertos magos menos públicos que  sin aviso se encuentran. En el bar entran no más de 25 personas y quien se sienta aprende que no se puede usar el celular, y mientras el músico toca y canta sin micrófono alguno, no se puede hablar, y sobre todo: no se puede aplaudir. Al finalizar los temas lo único que se puede hacer es frotarse las manos como cuando se tiene frio y se está frente al fuego. A ese lugar solo se puede ir a recordar. He estado ahí y por un compromiso que asumí con ese espacio no escribiré a quien he visto y escuchado. Imaginen lo que quieran. Fue esa persona. Uno de los últimos días que estuvimos en Portugal  ella nos llevó a Sintra, supe unos días antes, que allí había un acantilado que entraba tan pero tan adentro del mar que Fabio  me confesó que cuando hace el espectáculo que creamos juntos y cuando repite las palabras de Galeano  piensa que está justo en aquel lugar donde para mirar todo el mar, se necesita ayuda.  Eso sucede esencialmente en un lugar lleno de chinos sacando fotos pero a unos kilómetros  hay un lugar igual donde no va nadie.  En el borde del acantilado hay una barreta y una soga por la que se puede descender a una punta más exagerada. Allí me paré mirando hacia América. 

Mirando hacia acá. Hacia donde mi madre ya no está. Entonces volví a pensarme, en la pequeñez y en la inmensidad. Al girar mi vista vi que ella me observaba con los ojos verdes desorbitados de felicidad. ¿Cómo no amar a los seres que buscan la felicidad de los otros? Abracé al ángel que me había permitido entrar a ese Portugal posible aquel que parece recordarme el cuento de Howard Fast, entonces entiendo que debo buscar el libro. Lo encuentro y me parece que me equivoqué, no recordaba que eran las cartas de dos hermanos. Para mi, la naturaleza del cuento se basaba en que unos científicos buscaban bebés con un alto coheficiente intelectual y de distintas regiones del mundo para hacer una experiencia, que a diferencia del señor de las moscas, termina saliendo bien. Construyen una comunidad con un parámetro inexpugnable: amor. Completaron aquello con conocimiento y sin familia.  Los bebés crecen en un ambiente irrenunciablemente amoroso y los resultados aparecen rápido, a los siete años ya no tenían nada que enseñarles y fue a partir de los 8 que los niños ya son más sabios que cualquier ser humano anterior. A los nueve, sucede algo que siempre vi como una película, los niños están en círculo y en silencio, algunos apoyan sus cabezas y finalmente uno de ellos dice: Oí. La rueda se desarma y comienzan todos a saltar de alegría. Lo que ha sucedido es que han descubierto la telepatía.  La inteligencia de los niños les hace rápidamente advertir el modo en que el planeta va a sobrevivir.  El tiempo pasa y de pronto la telepatía les confirma que saben no solo lo que piensan ellos sino todos los demás. Los niños son todos los seres humanos juntos. Pronto advierten que apenas quieran implementar la paz y el amor serán atacados, entonces instruyen a sus padres a reunir en un período de tiempo récord una cantidad de bebés mayor para unírseles antes de  solucionan el problema. Una vez que los nuevos bebés entran a la comunidad de los primeros… lo hacen.

Lejos de defenderse con violencia, los niños hacen algo justo cuando vienen a acabarlos, lo que hacen es moverse una milésima de  segundo en el tiempo hacia el pasado. Con ese acto los que están en el presente jamás pueden verlos. Las tropas  avanzan con miles y miles soldados, de bombas y armamento  y justo cuando están por atacar; la zona de exclusión desaparece. Frente al ejercito está el vacío.  El pasado no puede verse. Esa es la cruz que cargan los que piensan y luego sienten. Las bombas no pueden caer en el pasado. El hecho de moverse una milésima de segundo hacia atrás les permite a los niños saber siempre lo que está por pasar y hasta prevenirse.  Termino de leer el cuento y advierto que era esto lo que quería decir de Lisboa, de la Lisboa que conocí con ella, el ángel que como en el cuento de Howard Fast, sabe el secreto. Ella nos permitió entrar a la Lisboa de una milésima de segundo atrás, la que no pueden ver los turistas, los apresurados y los malvados  y también la que no puede destruir nadie. Ahora que sé esto se me ha ido la angustia que me provoca la mala interpretación de mis actos. Puedo, tal vez, decir que para escuchar Fado hay que ir a la Tasca de Sé, y probar todo las variantes del restaurant barrio, que hay que perderse en la Portugal mora, y apoyar la frente en los azulejos,  que habrá que entrar al senegalés a comer el plato del día sin entender ni una palabra, bañarse en el mar y comer bacalao, andar por Alfama  con la certeza de que se pueden juntar todas las ciudades antiguas de América y ni arrimarse a Lisboa, habrá que comer pastel de nata, que se debe andar siempre caminando, cerca del mar, en la montaña escarpada y en la escaleras, en los callejones diminutos y cerca del mar. Y andar por el Chiado, y cansarse en la Graca y mirar el puerto y subir al mirador del Carmen y entrar a un bar secreto que queda después de bajar una escalera y pasar por un bar que tiene otra escalera por donde se desciende y se entra a un lugar bajito donde casi agachado uno

llega  en cuatro patas hasta el rincón donde hay una ventana de 30 cm, donde es casi obligatorio apenas meter la cabeza y ver que  Lisboa es la ciudad capital más hermosa del mundo.  Es la única donde uno puede perderse seguro que enseguida va a encontrarse. Que es la ciudad del único hombre que fue 5 poetas, y que vivió en todos sus balcones, porque a Lisboa, la  que conozco, se entra por una persona. No por un

mapa. Si querés pensar en lo que he escrito no encontrarás el secreto. Lisboa es como la vida, hay que vivirla sin sentimientos prematuros, sin malos augurios, quien pueda hacerlo, siento que quien se anime a disfrutar el aire y sus consecuencias puede que, como yo, encuentre un ángel que nos retroceda una milésima de segundo en el tiempo y nos haga sentir que estamos, como los niños del cuento, oyendo.

6 respuestas

  1. Hemos vivido en muchas ciudades, todas entrañables y creo que en todas nos hemos encontrado con Sergio.
    Ahora ya tenemos seis años de vuelta en Quito. A veces nos preguntan los amigos si ya nos quedaremos, o volveremos a marchar. Hay una respuesta sistemática. Solamente volveríamos a vivir fuera, si se tratara de vivir en Lisboa.

    1. Y de pronto me despierto de una siesta de domingo y mi escrito tiene el comentario tuyo, querido Diego. Me asalta entonces la voluntad de encontrarte de nuevo, de encontrarlos y perdernos en la charla, allã en La Paz, o en San José y por supuesto en Quito y que se vaya haciendo noche en el domingo y esa sensación que perdi al encontrar mi camino: qué hermoso que es también el Domingo. Ahora que te leo pienso que solo le falta a Lisboa un tiempo para reencontrarnos.

    2. Qué hermoso ha de ser tener las llaves de un lugar. Gracias por el viaje. Espero visitar más seguido este lugar lleno de llaves. Abrazo.

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