Escritor, cineasta, actor, director, formador

Tendido en la cama

Picture of por Sergio Mercurio

por Sergio Mercurio

Hoy no iba a escribir nada. Nada. Ni una palabra. Estaba tirado en la cama, pensándome y lo advertí: No me debo nada.  Nada. He ido hacia todos los lados que algo interno me llevó, a todos los lugares que fui siempre me sentí como a los tres años, cuando mi madre me modeló cambiando siempre de jardín de infantes por razones que ella misma nunca explicó.  Estar en un lugar nuevo y no entender los códigos primero fue una tortura y después un motivo valedero para investigar. La curiosidad me depositó en lugares que me agrada recordar. No creo haber hecho nada tan bien como lo imaginaba pero casi todo lo he terminado con muchos errores que están a la vista y que no supe ni quise ocultar. Uno de estos días mi taller me atrapará, me he puesto algunas trampas. Lo he ordenado y dejé a la vista las cosas que aun me dije que iba a hacer. Si el taller me atrapa, no salgo vivo. Voy a salir con Cabeza de Vaca. Cuando creo: algo mío muere mientras me nacen otras partes, soy como un gremlins.  Recuerdo que hace menos de un mes sucedió: los títeres del espectáculo viejos tenían ya más de 15 años, había que volver a hacerlos. Rehacer un personaje es una de las cosas más difíciles que encaro, es muy doloroso. Un personaje vive en el recuerdo de quienes lo vieron, de los que se emocionaron con él  y yo soy uno de ellos. Me emociono con mis personajes y de tanto estar al lado de ellos comienzo a verlos distintos, sus formas me piden cosas, los personajes igual que todas las creaciones nos exigen revisiones, las creaciones cuando

comienzan a vivir nos exigen parecerse más a ellas mismas. El creador debe entonces aprimorar la técnica para que la creación vuelva a elegirnos. Sabía que el profesor me estaba pidiendo otros ojos y entonces me sumergí en el taller para hacérselos.  Mientras estoy haciendo sus ojos tengo miedo de titubear con el pincel. Al final puedo, pero sé que, un día, no podré más. Después de diez días había terminado lo que me había propuesto pero debla testarlo. La confirmación la trajeron 300 gallegos aplaudiendo de pie al profesor, el nuevo. Volví a lograrlo. Lo traje de vuelta.  El caso de Tronco era más difícil, no era un problema de ojos, era un problema de tamaño, sentía que el personaje me pedía tener veinte centímetros más, de altura.  Ese personaje estaba lleno de mecanismos, que ya había olvidado, titubeé mucho porque no recordaba  las razones de las decisiones que había tomado. Mientras simplificaba las cosas advertí que en la mayoría de las veces no había manera de hacerlo, mis decisiones antiguas eran correctas. Terminé el nuevo a Tronco  unas horas de que salga el avión a Europa y lo testé en vivo, me costó mucho manipularlo, sentirlo. Estuve incómodo. Al finalizar mi última presentación, una mujer se me acercó pidiéndome que le firme mi libro. Le pregunté por sus sensaciones, me dijo que estaba muy tocada sobre todo por un personaje, quise saber cuál era. Tronco. ¿Te recuerda a alguien? Sí. A mí misma. Este recuerdo me confirma que no voy a levantarme de la cama. Sigo tirado  y pienso que no me debo nada

Desde que salí definitivamente de las redes sociales pienso más claramente, puedo estar tirado en la cama mirando por la ventana y no intentar hacer lo que no sé hacer o lo que no concuerdo y que consiste en venderme. No me interesa vivir para promocionarme. Las sesenta personas que me leen me bastan. Entonces giro y tomo el iBook, voy pasando autores hasta que encuentro algo que me parece muy raro, no tenía idea que Bradbury había escrito El Zen en el arte de escribir. Lo comienzo a leer y en las primeras lineas ya sé como pasará el resto de mi día.  Leo tendido en la cama y advierto que Bradbury me habla en el oído desde 1980 y vuelve a ver el futuro, mi futuro. El escribe lo que va a pasarme. Hoy va a pasarme. Leo en voz alta la frase con la que cierra su primer ensayo y me doy cuenta que tal vez termine contradiciéndome. Busco en mi memoria algún acontecimiento, que valga la pena relatar,

pero no hay nada, salvo un diálogo que encontré el otro día en un cuaderno donde mi hija pequeña a los cinco años se me acerca y habla. Papí, tengo dos preguntas. Te escucho. ¿El mundo cuando nació era chiquito? Y la otra, ¿Cómo se hace una moto?  El diálogo me alegra pero no puedo hacer un relato con eso, así que voy a quedarme en la cama leyendo pero llego al final del primer ensayo y respiro hondo porque Ray Bradbury me conoce, sabe de mí porque en el final de su primer ensayo me desnuda, me expone, y en cierto punto adivina lo que va a suceder cuando finalmente por alguna razón me levante de la cama que me tiene babosa.  Al leer la última frase respiro de una manera que me recuerde el milagro de estar vivo. Respiro hondo. Así como vos estas haciéndolo. Respiro hondo y me levanto sospechando que Ray, entonces, escribe y me describe:

Todas las mañanas salto de la cama y piso una mina. La mina soy yo. Después de la explosión, me paso el resto del día juntando los pedazos. 

15 respuestas

  1. Pisar la mina que es una misma al levantarse, provocar la explosión con los pedazos volando, y volver a recogerlos al final, con los pedazos reflejando a donde fueron a caer, algunos ya no se encuentran o se deshicieron….que figura y misión liberadora! Gracias Maestros Sergio y Ray! Gracias por poder leerte!

  2. Gracias Sérgio, estou aqui deitado na cama lendo e com o mesmo pensamento que te passou. E seguirei aqui respirando fundo😉

  3. Magnifique phrase, je la recopie quelque part pour la voir sous mes yeux dans les jours qui viennent et la relire, relire, relire – merci 🙂

      1. Oui, ils n’ont pas le Zen dans l’art d’écrire à la médiathèque de Nantes mais je vais le chercher !

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Se agradece compartir

Más relatos de viernes

Portada
Sergio Mercurio

Mi Primer Retiro

No todos viajan del mismo modo, ni por las mismas razones.Lucio V Mansilla. Como todos, dejé la niñez el día que me apareció la vergüenza.

Seguir leyendo »
Escritura
Sergio Mercurio

El Anillo de Frodo

Creo que mi hija es peor que yo. Mis padres decían que yo no quería nada. Nada. Ni ropa ni golosinas. Ni paseo, ni comida.

Seguir leyendo »

PODCAST: Echado de la librería