Escritor, cineasta, actor, director, formador

La Ballena y el Farsante

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por Sergio Mercurio

Cacho me llama desde Francia para confirmarme. Apenas tu vieja entró a nuestra casa le pediste que te haga ñoquis. Está hablando de algo que sucedió hace 25 años. Ella tenia la edad que yo tengo ahora.  Me puedo poner en su lugar. En el año 2000 vivía en Quito, en la casa más linda del mundo. En unos de los tiempos más intensos en que existí; 32 años. Mamá viajó a mi encuentro y a un estreno. En aquel tiempo había dirigido el proceso de un grupo que se llamó Villanos, por eso de que jugaban con sus manos y el dicho confirma: Juego de manos, juego de Villanos. Era un obra que en su momento era rara y alguien con prestigio me criticó diciendo que no era teatro porque los cuatro actores contaban historias personales. Hoy la ficción personal es moda. Y es teatro. Mamá llegó al estreno, al otro día luego de la función nos íbamos de paseo a Esmeraldas. La dueña de la casa no quiso abrirle el portón y ella tuvo que tirar el bolso y saltar una pared con su correspondiente reja. Con Cacho no entendemos como pudo hacerlo, era difícil. Mamá siempre recordaba eso como una aventura.  Fuimos a la playa de Esmeraldas. Ya en esa época había de esos controles en que te bajan del bus y te revisan todo,  yo había conseguido una visa cultural y tenía una especie de documento ecuatoriano que usaba con convicción y siempre superaba los pedidos policiales. Hoy lo recuerdo y me da risa la suerte. Viajamos la noche entera. Atacames era un pueblito costero donde conseguimos un hotelito de mala muerte. Al rato nos fuimos a la playa. No había nadie. La arena casi negra y la humedad nos hizo quedarnos el día todo charlando.  Solamente pasaban locales muy amables.  Los puedo llevar a ver ballenas. Mi vieja me miró y me preguntó si quería. Nunca supe si ella sabía que había violado la regla general para evitar extraños. Cuando alguien llega a ofrecer lo que sea, toallas, langosta o ballenas hay que negarse y en todo caso después charlar y llamarlo. Fue una negociación larga pero perdimos. Si no la encontramos, no pagan. Los esmeraldeños saben convencer a cualquiera. Le dije que nunca había oído hablar que se veían ballenas allí, entonces me dijo que eso era porque era extranjero. Fue entonces cuando le mostré mi documento y al tipo le agarró un ataque de la risa. ¿Y ésto que chuta es, Ñaño?

El tipo salió corriendo como loco en busca de un bote y supongo que un rosario o algo que le permita pedirle a Dios encontrar una ballena por aquellas aguas. Esperamos un rato y la convencí que nos vayamos, pero antes de pisar la calle el tipo apareció. Vamos. Hasta los 50 años mi mamá no sabía nadar. Antes de recibirme de profesor de Educación Física, con Cora, pusimos una escuela de natación, cierto día de la semana ella salía de la casa donde trabajaba y nos encontrábamos e íbamos caminando hasta el club. Esas caminatas juntos duraron cerca de un año y en ese tiempo ella aprendió a disfrutar del agua y nadar. Hasta sus últimos momentos en el hospital recordaba lo que había sucedido en una de esas caminatas. Mi madre y yo siempre fuimos opuestos complementarios: ella podía hablar sin parar durante todo el día de igual manera que yo podía estar callado. Durante la primer parte del camino ella me ametrallaba a preguntas. Como yo quería que no desistiera y contemplaba la posibilidad de que tuviera miedo le respondía  pero cuando empecé a advertir que ya había aprendido a nadar,  y ya no dependía de mí, me detuve en seco y la miré. ¿Qué pasa?¿Qué te olvidaste?, dijo, la miré durante un largo rato totalmente sereno, hasta que fue lentamente dándose cuenta de la gravedad de lo que iba a ocurrir, le tome las dos manos cariñosamente y le dije: También podemos ir callados. Fuimos en silencio casi diez cuadras y empecé a disfrutar caminar con mi madre, me parecía que ella estaba empezando a percibir lo mismo que yo; el color del cielo, la textura de las veredas, la cara de las personas que nos pasaban, una cuadra antes de llegar al club vino su reflexión, se detuvo, me miró a los ojos y un poco risueña me dijo: Realmente pudimos venir callados, pedazo de  hijo de puta.  Me reí, estaba acostumbrado a esa puteada.  Jamás me pareció agresiva, la sentía graciosa. Luego de ese episodio en ciertas circunstancias en que yo no le hablaba repetía también podemos ir callados. En el hospital lo hizo bastante. Por más que ella sabía nadar y era una charladora compulsiva apenas subimos al bote y le pusieron el chaleco salvavidas se calló. Había aprendido a nadar pero no tanto. Eramos cuatro, el avistador, el tipo que manejaba la lancha y nosotros dos, uno al lado del otro en un botecito de morondanga. 

Por lo menos van a tener que pagar la gasolina, porque el maestro no quería venir. Yo miré al maestro que manejaba, imperturbable. Miré a mi madre¿Qué pasó? Me le acerqué, como dándole un beso, vamos a tener que pagar. No, dijo mi vieja en voz alta. Vos nos prometiste ver ballenas. La vamos a ver señora, no se inquiete yo sé donde están. Seguimos diversas direcciones inciertas. Adelante el capitán Ahab, buscando a su Mobi Dick. Pasó una hora y mil frios. Nos estamos por quedar sin nafta, dijo el capitán. Volvamos. Una última chance, Ñaño. Su dedo volvió a señalar para cualquier otro lugar en una geografía turbulenta. Basta, muchacho, tengo frio. Listo, hermano, ya está, te vamos a pagar, solo volvamos a la playa. El imperturbable conductor levantó la visera y giró la lancha que salió dando saltos inconmensurables. Ahí están. Ahí. Entonces la vimos Un monstruo gris oscuro comenzó a salirse del mar y elevarse como si fuera liviana, el cetáceo brilló en la noche que llegaba. No sé la cara que puso mi madre, solo sé que fue una imagen impactante. Nos está saludando, gritó el muchacho y a los segundos estábamos a su lado, pasando la mano por su lomo. Amiga, amiga, amiga, no podía encontrarte, amiga. Les dije, les dije. Después de pasar la mano por encima de la ballena, después de verla pasar por debajo del bote comenzamos a volver. Alcancé a registrar la alegría en el rostro de quien hasta ese momento, pensé, era un farsante. Hoy me doy cuenta que yo soy como él, soy el

farsante, que espera sorprenderte, soy quien te ha pedido que me leas, cuando comienzo a escribir espero que el ejercicio me haga recordar el lugar donde lo fantástico esta sumergido. Señalo y voy. Voy, pero se va haciendo de noche y por más que estoy en silencio, sin hablar, en mi cabeza hay un monólogo volcánico. En ese monólogo también me puteo, me digo farsante hijo de puta, solo has tenido suerte. En realidad no sabés como hacerlo. Hoy, por ejemplo. Al llegar a la playa pagamos lo acordado y algo más y de camino al hotelito nos detuvimos en un bar de playa que estaba abriendo, pedimos una bebida que estaba dentro de una piña. Como era dulce no supimos cuan alcohólica era.  Al salir de allí, dimos dos pasos y supimos que estábamos totalmente borrachos. Fuimos caminando torpes, abrazados, riendo, sosteniéndonos, rumbo al hotelito. Al llegar  prometimos que íbamos a bañarnos y salir a comer, pero nunca nos despertamos. No era habitual que recordemos este acontecimiento. Es la ausencia que me trae a nosotros dos perdidos en el mar buscando una ballena y después borrachos caminando por la playa. Ahora la cosa se ha invertido  y somos de nuevo opuestos complementarios. Yo, voy a seguir hablando de ella, escribiendo y ella ha empezado a estar callada, me esta dando  mi propia medicina. Esto me depara el destino: tendré que continuar yendo, esta vez, con su silencio.

10 respuestas

  1. QUE LINDO SERGIO, QUE LINDAS LAS BALLENAS DE ECUADOR, QUE LINDAS LAS MAMAS, DOS DE LAS COSAS MAS GRANDES, INMENSURABLES EN SU GRANDEZA, LAS MAMAS Y LAS BALLENAS; TAN GRANDES QUE ESTAN SIEMPRE

  2. Querido Sergio

    Gran relato profundo y emotivo entre el que habla y la que calla…hoy. Su voz siempre te acompañará.
    Abrazo sincero
    Por cierto, hoy se celebra el día de las madres en México.

  3. Siempre vas a saber lo que te diría en cada cosa que te pase y en cada decisión que tengas que tomar. Te va a hablar toda tu vida

  4. Me deleita como relatas la historia, me conmueve y llega. Si bien soy de las que aman leer en papel, esta lectura digital también se disfruta.
    Gracias por compartir un pedacito de tu Mamá con nosotros.

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