Escritor, cineasta, actor, director, formador

Magia en movimiento

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por Sergio Mercurio

Por daniel jatimliansky

Aunque a veces se lo asocie con un arte para niños, el teatro de títeres atrapa cada vez a más adultos. ¿Por qué esos muñecos son capaces de hacer reír y emocionar hasta las lágrimas en tan solo un espectáculo?

Bobi lleva puesto un buzo con los colores del Club Atlético Banfield. Es rubio, de ojos claros, con boca y nariz grandes. Se expresa de forma algo vulgar y posee una característica que lo diferencia de cualquier mortal: su cuerpo está hecho de gomaespuma. Aún así, conversa de forma aceleradísima con un hombre que está a su lado y que, a diferencia del primero, es de carne y hueso.

Ambos seres discuten, se pelean, ríen y provocan risas, mientras hacen llorar a la vez. Técnicamente, solo uno de ellos está vivo. Pero a nadie le importa que el otro no lo esté, o nadie cree que así sea, porque la escena es tan real y atrapante que no da tiempo para pensar en eso.

“El adulto, cuando está frente a un títere, no tiene ninguna duda de que eso está muerto. Solo que –y ahí empieza lo que es el títere para adultos– si el titiritero tiene la capacidad de que eso parezca vivo, se da una contradicción dialéctica muy fuerte que el adulto, la mayoría de las veces, compra. El adulto lo asume porque no hay ninguna farsa”, explica a Cielos Argentinos Sergio Mercurio, quien da vida a Bobi y a muchos otros personajes desde hace más de veinte años.

“El títere es un lenguaje, no es solo un objeto movido en función dramática»

En la Argentina existen hoy varias decenas de festivales de teatro de títeres, numerosas escuelas y hasta una carrera de grado en la Universidad Nacional de San Martín para quienes desean dedicarse a la actividad. El director de esa última, Tito Lorefice, preside además la Comisión de Formación Profesional de la Unión Internacional de Marionetistas (UNIMA), organización creada en 1929 y presente en más de 90 países. La misma es asociada oficial (con estatus consultivo) de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

“El títere es un lenguaje, no es solo un objeto movido en función dramática. Para los titiriteros es un arte mayor, porque confluyen dentro de su seno la música, la danza, la plástica… se vale de las artes visuales, como la plástica, pero a la vez tiene los pies puestos en lo teatral”, manifiesta Lorefice. A nivel global, la Unesco otorgó la categoría de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad a casi una decena de formas de marionetas, como por ejemplo el teatro de sombras chino.

 

Para toda la vida

Relacionados muchas veces con un entretenimiento para chicos, los títeres para adultos atraen a un público numeroso, que es capaz de creer que unos muñecos que se mueven y hablan pueden contar historias llenas de magia y hacer volar la imaginación. Solo en la Ciudad de Buenos Aires existen 255 salas de teatro registradas en el Instituto Proteatro, un órgano oficial local. Según la misma fuente, se estima que la cifra total de salas (es decir, si se suman las no registradas) ronda las 300. En muchas de ellas abundan las funciones con marionetas. Es más, los bares y plazas de todo el país también son un escenario habitual para los espectáculos de títeres. Incluso existen teatros dedicados principalmente a ese tipo de obras, como el Centro Cultural Espacios, de Villa Ballester, con capacidad para 60 espectadores, o el Museo Argentino del Títere, en San Telmo.

“El títere para adultos tiene que ver con tocar filosóficamente los cuestionamientos profundos que tienen los adultos, a los que los niños no podrían acercarse”, sostiene Mercurio. Para él, el teatro de títeres fue una herramienta para comunicarse. Se dedicó a la actividad a partir de un viaje que inició en 1992 con el objetivo de conocer Latinoamérica. Partió de su ciudad natal, que más tarde originó el nombre del personaje “El titiritero de Banfield” (con el cual se lo conoció públicamente), con un bolso donde guardaba dos títeres confeccionados por él, otras tantas cámaras de fotos y algunos escritos. Antes de su periplo, no se había planteado como objetivo hacer un espectáculo. Por el contrario, su idea era comprender la idiosincrasia de la región, y para eso buscaba conversar y cuestionar a personas de diferentes lugares: “Me di cuenta que el títere permitía el juego, el reírse de las cosas, el ridiculizar y que, al mismo tiempo, se mantuviera la conversación estable; abrió puertas que sin el títere yo no hubiera abierto”, asegura.

Su periplo, que en principio iba a durar dos años, se extendió por dos décadas. Al comienzo no se definió como titiritero. Para él, esa actividad consistía en mover, oculto tras bambalinas, un muñeco de guante o una marioneta: “Lo más parecido (a lo que hacía) era Chasman y Chirolita, y Chasman no se definía como titiritero, sino como ventrílocuo”. En ese entonces, era poco común que el intérprete se mostrara ante el público e interactuara con las marionetas. Sin embargo, la audiencia enmarcó su arte como una actividad de títeres.

“Las primeras funciones fueron impresionantes y marcaron todo. Se sostienen en mi memoria como lo que siempre quiero volver a lograr”, afirma. ¿El motivo? “La gente se encantaba. ¿Por qué un tipo que me ve en San Salvador de Jujuy me dice: ‘Quedate en mi casa’? Me lleva a su casa a vivir porque me vio haciendo títeres. He tenido experiencias con cirujas, indígenas, empleadas domésticas… me dije: ‘Quiero que eso me pase toda la vida’”. A diferencia de otros colegas, Mercurio desconfía de la formación académica tradicional. Su formación se dio a través del contacto con artistas de disciplinas variadas: “He tratado de aprender de las personas que me emocionaban, sin importar lo que hacían”, sostiene. Además de haber realizado y dirigido varias obras de teatro de títeres, dirigió dos películas documentales, publicó varios libros de cuentos y una novela, edita un periódico zonal y efectúa un taller anual de una semana con formato de retiro, que es cursado por artistas de toda Latinoamérica y en la próxima edición contará, por primera vez, con un inscripto de Europa. El objetivo es la búsqueda de la “propia poética”, según su creador.

 

El origen

Sin dudas, el títere atrae, atrapa y emociona. También lo hacen otras expresiones artísticas, es cierto, ya que suelen reflejar los sentimientos y anhelos de los pueblos. No obstante, cada una de ellas tiene sus aspectos particulares. En el caso de la actividad aludida, la sorpresa de lo poco usual es sin dudas un elemento distintivo, un componente específico: llama la atención que un objeto hable, se mueva, sienta o ría como una persona.

En América se descubrieron grabados precolombinos en piedra con figuras similares a títeres de guante que datan de los años 125 a 500

“Al mismo tiempo que un hombre le dice ‘Te amo’ a una mujer, le pueden pasar otras cosas; si es un títere el que lo dice, la esencia del amor está puesta ahí como si se pudiera circunscribir y poner una lupa en cada sensación, cada sentimiento, cada emoción… eso es un títere”, señala Lorefice. Pero hay más: para Omar Álvarez, director de la compañía de títeres que lleva su nombre y del Centro Cultural Espacios, y coordinador del programa Titiribióticos, que realiza obras para pacientes de hospitales públicos de la Provincia de Buenos Aires, el títere es una metáfora del mundo real: “Puede hacer cosas que un actor no, por ejemplo sacarse la cabeza o volar, refleja todos los aspectos de lo humano pero adentro de un pedacito de gomaespuma o cartón, y esa síntesis permite contar la realidad de manera mucho más sintética”, explica.

Su colega Lorefice coincide con la visión de que el títere “es una metáfora con cuerpo”, según sus palabras. De esa manera, puede convertirse en un personaje abstracto, como por ejemplo el amor, y así es capaz de representar aspectos que son difíciles de abordar con actores.

El arte de dar vida a un muñeco no tiene un origen geográfico único. En América se descubrieron grabados precolombinos en piedra con figuras similares a títeres de guante (que datan de los años 125 a 500), y en Egipto jeroglíficos alusivos y muñecos articulados dirigidos con hilos en tumbas. Para uno de los titiriteros más destacados de la historia nacional, Javier Villafañe, quien falleció en 1996, a los 86 años, “el títere nació cuando el primer hombre bajó la cabeza por primera vez en el deslumbramiento del primer amanecer y vio su sombra proyectarse en el suelo… en ese momento descubrió que era él mismo pero, a la vez, que no era él”.

 

De feria en feria

Precisamente, Villafañe recorrió Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay en una carreta tirada por caballos, a la que llamó “La Andariega”. Con ella se movía de pueblo en pueblo presentando sus espectáculos de títeres. Sin dudas, la vida nómada es parte de la mística de la actividad, descrita de forma poética en la canción “El titiritero”, de Joan Manuel Serrat (“De aldea en aldea el viento lo lleva… su patria es el mundo, como un vagabundo va el titiritero”). Al menos, así se ejercía el trabajo en un pasado no lejano.

“Los títeres accedieron a espacios que eran impensados: los grandes escenarios, la universidad, la televisión»

“Sigue siendo así en algunos casos –manifiesta Lorefice–. De hecho, así empecé también, con una mochila recorriendo el país con un retablo. Conozco a muchos titiriteros que continúan ese camino, y está genial que eso conviva con esta otra cosa que tiene que ver más con las ciudades. Son distintos estilos”. En ese sentido, Álvarez agrega que “los títeres accedieron a espacios que eran impensados: los grandes escenarios, la universidad, la televisión; pero los titiriteros, por más sofisticados que nos volvamos, seguimos armando la valija y llevándola a esos lugares donde no existe el teatro si uno no va”.

 

Organizado por la compañía de títeres

El Bavastel, entre el 19 y el 30 de noviembre se desarrolló el 9º Festival de Títeres para Adultos de Buenos Aires, que convocó a cerca de 1.200 espectadores y 17 compañías que mostraron espectáculos o números. De acuerdo con la productora ejecutiva del ciclo, Carolina Erlich, los festivales son “una ventana” para mostrar el trabajo de los titiriteros y convocan a un público más amplio y diverso que el que asiste a ver funciones de forma regular. En cuanto a las emociones que provocan los espectáculos, la sorpresa es un componente importante. Para Erlich, que también forma parte de El Bavastel, “cuanto más te cuidás (como espectador) es genial, porque más sorprendido te agarra pensando que no te va a pasar”.

 

Formación

Heredera de una diplomatura que nació en 2005, la Licenciatura en Artes Escénicas de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) surgió en 2013. El año pasado fue el primero de cursada, y contó con 42 estudiantes. La carrera dura cuatro años y posee tres focalizaciones posibles: artes circenses, danza, y teatro de títeres y objetos. Esa última cuenta con cuatro áreas de estudio: dramaturgia, interpretación, realización plástica e investigación. A diferencia de otros cursos, la carrera universitaria brinda conocimientos ligados a las Ciencias Sociales y las Humanidades. La UNSAM, a su vez, cuenta con una compañía de títeres propia y un Departamento de Investigación sobre el tema.

Las nuevas tecnologías, por su parte, se hacen presentes en la actividad de distintas formas. Desde marionetas manejadas por joysticks hasta la incorporación de técnicas de animación con yerba mate, como se da en la última obra de Sergio Mercurio, denominada “Viejos de mi…” (donde el protagonista hace dibujos en vivo con yerba, que son proyectados en una pantalla como parte de la trama).

Más allá de los cambios generados por el paso del tiempo, la esencia del espectáculo se mantiene intacta. Eso lo define Mercurio en pocas palabras: “Mi trabajo no funciona en video, es un hecho vivo, el teatro se construye entre todas las personas que están ahí”. Y cuando la obra se acaba y las luces de la sala se encienden, nada vuelve a ser como era. Eso, sin dudas, es un acto de magia.

 

http://www.infonews.com/2015/02/04/sociedad-184331-magia-en-movimiento.php

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