Escritor, cineasta, actor, director, formador

El Lobo de Banfield

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por Sergio Mercurio

El Banfileño N 22

jorge carrascosaCorre.

Al lado de él un niño, bolso en bandolera, corre, son amigos y tienen 14. Van al entrenamiento. Acaban de bajar del Cañuelas en Pavón y saltaron la vía del tranvía. Se han reído y están corriendo. Pican, como lo hace un futbolista. Están jugando a ser eso, pero son niños, tienen apenas 14 años. Correr por la calle es un juego. Sentir la disponibilidad de las piernas para dejar de lado las sorpresas del piso, la convicción de la gramilla para levantar baldosas. Jorge corre con la seguridad de quien ha corrido por los potreros más resbalosos de Burzaco, desde que sus padres desembarcaron allí en el 52. Mientras corre recuerda que el que le avisó fue Miguez, que a su vez, se enteró por Fernández que cortaba entradas en la cancha. A la prueba en el Club 1 de mayo fueron un grupo y de a poquito fueron quedando menos. En el año 64 todos los chicos corrían por la calle, casi todos habían pisado un potrero y muchos querían jugar en canchas de verdad. Jorge corre por la calle Las Heras, y antes de atravesar Alem escucha el silbido agudo de una locomotora saliendo de la estación. Los niños se asoman a la vía y ven el humo que zigzaguea en el cielo azul clareando los árboles de Banfield. Atraviesan la vía, y corren. Ya están en la calle Gallo, y corren, sin siquiera ponerse colorados. Van a entrenar con la octava. Cuando Jorge Carrascosa lleva su memoria a ese instante, cuando se permite verse a sí mismo corriendo a los entrenamientos solo menciona tres palabras. Mi, es la primera, primer; es la segunda y amor cierra la frase.

El jovencito que vuelve a Burzaco, desde el comercial de Adrogué, acaba de pasar por la Sociedad de Fomento y Cultura Primavera, de ahí salió y mañana juega con la tercera de Banfield. En el vestuario pasa Valentín Suárez. De espaldas se cambia José Ramos Delgado, el ex capitán de la selección argentina, van a compartir el vestuario unas veces más porque Delgado va a emigrar al Santos de Brasil para jugar con un tal Pelé. Ahora todo pasa rápido. Está siendo sacado del servicio militar para que dispute el torneo. Luis Bagnato y Héctor Dángelo lo están dirigiendo, los subcampeones del 51. Acaba de tocarse los pelos cortos de la nuca cuando le da un pase Sanfilippo. Todo es inexplicable, es domingo. Los estímulos no cesan. Hoy debuta en la primera contra independiente, cuando el 4 de Banfield pisa la pelota explota Córdoba. Es el año 69. Jorge ordena los recuerdos, sus pareceres, quiere nombrar los seres que lo conformaron cuando tenía 20 años, no olvidar a nadie. Sabe que en todo se pude ahondar un poco más. Creía que un mundo mejor era posible. Y no estaba aislado. Dice Borges, “le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir”. Su presente futbolístico no lo aísla del mundo, es su profesión, pero él separa, siempre ha separado, hay que separar al hombre. El hombre crece de otras maneras. En las concentraciones hay bibliotecas. “Yo me cruzaba con una persona que me resultaba interesante y entonces le preguntaba ¿Qué lees?” Las preguntas fundamentales vuelven. Si volviera a nacer estudiaría filosofía.

Allá por el año 76, el 24 de marzo, la selección argentina jugó contra Polonia un amistoso que ganó, el futbol los había llevado a atravesar el muro de Berlín. Y mientras eso sucedía, en la Argentina empezaba a instalarse una oscuridad que fue definitiva. Los niños que juntaban figuritas de Campeones raspaban sus rodillas en los recreos tratando de completar el álbum que les daría el premio mayor de la pelota número 5. A medida que la dictadura avanzaba había niños que gastaban lo que no tenían comprando sobrecitos, y jugándolos al chupi. De a poco se empezó a murmurar que había una figurita que no salía. La más difícil. “La inganable” era la de la Carrascosa. Para quien ha sido niño en aquel tiempo, no había pilón con que la consiguiera. Nadie la iba a jugar al punti revol. La de Carrascosa era la más difícil de todas. Curiosidades del destino. Carrascosa ha sido uno de esos seres señalados por sus mismas circunstancias para ser alguien que los demás iban a recordar siempre. Le tocó, en el decir de Rilke; “la fama, la síntesis de todos los malentendidos que se acumulan en torno a un hombre nuevo”. A él le tocó. Por más esquivo que quiso ser. Descreyendo de aportar algo valioso. Fue tocado por el destino

Jorge Carrascosa se inició en el futbol profesional en Banfield en el año 67, de aquí salió a Rosario Central, a los 21 años y fue nombrado capitán y salió campeón. No entiende. Estaba señalado. En un picón, repitió una bicicleta. Como el lobo Fisher, dijo alguien. Y le quedó. Ahí nació “el lobo”. En Huracán fue campeón con el mítico equipo del 73, lo dirigía Menotti. Y fue con éste último que dijo que sí a muchos libros, y fue a él a quien finalmente le dijo que no. En la selección Argentina jugó un mundial, fue capitán durante 4 años, y aún lo era cuando el de Argentina estaba por comenzar. Pero para él, el fútbol había dejado de ser una fiesta hacía tiempo. Sobornar no entraba en sus códigos Ese mundo había dejado caer ciertos velos mostrándole resortes poco poéticos. El equipo que finalmente no capitaneó se coronó campeón y curiosamente no todos lo que levantaron la copa son hoy recordados. Carrascosa sí. Cuando el mundial se avecinaba, hizo un balance, los libros que había leído se le revelaron. Sonó en su silencio la prosa poética de José Ingenieros y se encontró recitando” Cuando pones tu proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección, y rebelde a la mediocridad llevas en ti el resorte misterioso de un ideal”. Sin precipitarse llamó al flaco y dijo que no. En realidad no se limitó a decir no, sino que se tomó el tiempo para ser comprendido y expuso lo que más había guardado y construido con celo durante toda su vida. Expuso su pensamiento, su palabra.

El ideal ya estaba en otro lado, había quedado atrás, el ideal lo había conseguido en otros momentos, en otros lugares, el ideal estaba cuando corría por la calle Las Heras. El ideal lo había alcanzado antes, mucho antes. Ideal había sido recibir el vale del “sanguche” después del partido de la sexta en La Plata, en la cancha oficial de Boca, en esos palacios del fútbol, abrir el papel madera sacar el pan con mortadela, sentarse en el piso con los amigos, y vivir esa parte del fútbol. La de los amigos para toda la vida.

Hoy Jorge está sentado en su oficina, a dos cuadras de su casa, allá en Burzaco. 12 menos 5 mira el reloj, tiene que ir a buscar un nieto a la escuela. La puerta se abre y un vendaval blanco de guardapolvos mejora la luz del barrio. Cuando le dicen abuelo, su mano se detiene en el pelo niño. El gran capitán toma la mochila del nieto, el lobo camina, toma el guardapolvo y hace un guiño, instantáneamente el niño sale corriendo hacia la esquina. Vuelve la alegría, con el niño que corre, el pensamiento del abuelo va, su pensamiento como un ideal perfecto lo devuelve a sus catorce años en esa corrida contenta, la de la calle Las Heras, cuando un mundo feliz era correr como un lobo.

 

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