La idea de viajar es atrayente para todos, menos para mi abuela Paulina.
Dar la vuelta al mundo es el deseo de viaje por excelencia, esto me confesó Emilio Scotto, el argentino que dio la vuelta al mundo en moto entre el 80 y 90, atravesando la totalidad de los países, y que había llegado un verano a Maputo buscando un argentino, justo cuando yo era, tal vez, el único joven argentino que andaba por esas tierras tan poco atrayentes. Emilio decía que él estaba cumpliendo el sueño de muchos, que había dejado su trabajo de visitador médico, su familia y con una moto de mala muerte y 300 dólares había salido para Brasil con la idea de no volver sin haber hecho la vuelta entera y pasando por todos y cada uno de los países del mundo.
Lo traje al lugar donde me hospedaba y no le pregunté nada. Por eso un día me preguntó si yo no quería hacer lo mismo que él. Le dije que no, que me iba a quedar ahí. No puedo creer que te guste este lugar. Viajar te da la posibilidad de conocer gente rara como vos.
Ahí le conté de mi abuela. En ese entonces mi abuela Paulina estaba viva y no ocultaba que desde que dejó Chivilcoy rumbo a Banfield, no hubo acontecimiento, salvo la muerte de Evita, que la haya podido despegar de Capdevila 66. Lo cierto era que la abuela no dormía fuera de casa. Quince años después que Emilio dejó Maputo rumbo a Sudáfrica me había contagiado. Él entro en libro de los récords mientras yo me arrastraba como una babosa por el continente . Al final de mi viaje lo contacté, me dijo que lo había logrado y que le había vendido los derechos de su vida a la Paramount y que estaba viviendo ya en EEUU esperando el estreno. Él no me lo explicó pero yo entendí que después de todo ese increíble viaje que merecía una peli, se había dedicado a quedarse quieto. Como mi abuela. La última vez que vi a mi abuela fue en el 2000.
Estaba amaneciendo cuando abrí los ojos y vi que al lado del colchón, en mi cuarto de Quito, estaba parada; mirándome. Hice fuerza para levantarme rapído. ¿Cómo había llegado?,¿cómo había entrado en la casa? Traté de despegar los labios. Estaba quieta. Como todo pasó mientras estaba despertando no sé si alguna cosa no es tal cual la relato pero creo que me dijo que estaba tranquila y que había venido a despedirse. Puede parecer una locura pero ahí me dormí. No sé por qué maldita razón me quedé dormido y ella se fue. Cuando pude levantarme lloraba sin ningún tipo de amargura. Fui hasta el espejo y recordé que unos meses atrás, en Banfield, había comprado casi un peso en caramelos, mi idea era comprar Sugus pero no pude encontrarlos, me senté entonces en el borde de su cama a no hacer nada. Con ella.
Ella ya no ordenaba el lenguaje, preguntaba por su mamá y no recordaba que sus hijos hubieran nacido. Me gustaría escribir aquí que en un momento me recordó, pero eso no sucedió nunca. Fui por lo tanto un tipo extraño que la abrazó. Esa noche, como hoy mismo, estaba preparando mi viaje a Quito. Lo que le dije no cabe en este escrito, pero fueron mis últimas palabras porque sabía que no iba a verla más. Ella cambió la historia. Viajó. Después de 80 años de quietud, mi vieja y sedentaria abuela Paulina, que hacia flores artificiales bajo un hilo de tibia luz con la persiana entreabierta en los veranos calientes de enero atravesó el continente para despedirse. Durante horas di vueltas en la casa hasta que me convencieron que llamase por teléfono. Mi madre me dijo que la encorvada y petisa señora de lentes grandes y rasgos indios había muerto esa madrugada. Quiero suponer que la muerte no está tan separada de la vida, que no es un rayo corto y definitivo, sino, como el amor, es una transición y que por lo tanto, mi abuela apenas muerta decidió, en ese otro estado, llevada por un sentimiento profundo probar algo nuevo y emprendió un largo viaje. Su único viaje. Escogió un batón floreado y vino hasta donde yo estaba para despedirse.
No estuve acorde a las circunstancias, era el primer gran viaje de mi abuela y podría haberla llevado hasta la mitad de mundo y que experimente como el agua se enrosca distinto a la hora de caer, de uno y otro lado, pude llevarla al mercado de la floresta para ver los mejores frutos que el mundo da, pude señalarle el Guagua Pichincha. Pudo al menos haberme despertado. Pero si pienso bien me alegro de no haber hecho nada. Tengo una foto de Emilio Scotto que yo le saqué. Una foto del viajero más viajero de este tiempo. No dice nada. Solo me sirve para recordar cosas que me contó o para tratar de saber que aun tiene para contar. Tal vez sí, viajar sirva para mirar lo que no pudimos ver con claridad. Hace mucho tiempo vi una película Koreana donde los muertos antes de definitivamente irse hacían una película con sus mejores recuerdos. ¿Estará en el film de mi abuela mi imagen acostado en mi cama tratando de saludarla? Durante un tiempo, conté esto que sucedió. De acuerdo a la cercanía, la confianza o el alcohol me daban crédito. La gran mayoría insistió en decirme que mi abuela nunca fue a saludarme y que yo la había soñado.
Siempre retruqué que, cómo podían entonces explicar que en ese mismo momento a miles de kilómetros moría. Ahí los pragmáticos callaron. Tampoco soy un iluso. Es posible que yo estuviera soñando y que las coincidencias me hicieran vivir ese viaje. También existe una posibilidad muy alocada que me permito escribir. A la hora de la muerte, igual que en la película Koreana, mi abuela separó un momento. Separó el momento en que su nieto dormía. Esas noches en que me quedaba a dormir en su casa y no quería regresar a la mía. Es más que probable que durante la noche ella haya ido a verme, es más que probable que a la mañana yo hubiera despertado y la hubiera visto viéndome y con ese gesto salvándome. Como esa mañana en que vino a despedirse y vi que me veía. Quiero detenerme aquí. ¿Qué otra cosa necesita un niño que no pasa hambre o frio? Necesita ser visto. Las tecnologías mueren frente a una abuela. Doña Paulina, esa señora, ejerció una vejez que ya casi nadie practica, está lentamente desapareciendo, fue abuela. Mi abuela.
8 respuestas
Avant de mourir, mon grand-père a aussi traversé des frontières, parmi celles que je n’ai pas encore eues à traverser probablement… Peut-être y’en a-t-il une quand même que je connaissais déjà et que je n’avais malheureusement pas traversée suffisamment avant… Et aussi, depuis le deuil de mon père, je recueille à chaque décès d’une personne proche l’image d’un tableau, qui serait celui de leur vie, avec des couleurs, des détails, une énergie et des zones d’ombres, de flou… C’est une idée qui m’apaise : imaginer que nos vies puisse, à la fin, constituer des tableaux…!
Aurelie, Hermosa idea. Antes de la pandemia hice este cuadro de mi abuela sobre cientos de caramelos. Despues hice uno de mi abuelo carpintero
el de mi otra abuela no pude terminarlo y el de mi otro abuelo tampoco. Pero tu idea me es muy cercana. Ojala pueda hacerlo
Bonne chance 🙂
Sergio querido, se te parece! La te pintaste! Que genial recordarnos estos viajes que hacen otros a visitarnos o qué hacemos cuando visitamos recorriendo tiempos en reverso. Acabo de viajar en la mañana antecitos de despertar donde mis hijos infantes, un exceso de emoción al ver sus ojitos brillantes de expectativa y sentir sus cuerpos tan suaves como cojines me llevo de retorno a la confusa realidad de mi despertar…Viajar es lo más cercano a la vida! Abrazos
Sabes que eso todavia no me ha pasado. Aun no he soñado a mis hijas pequeñas o bebas. que me pase!
Los nómades o los sedentarios encontramos nuestro lugar en el mundo, que puede ser todo el planeta o nuestra casa. Una cosa: tu abuela estaba allí, de una manera desconocida, para decirte que te quería. El texto está escrito con una nueva textura. ¡Vamos con ese cuento semanal!
Cómo es eso de textura, me intriga
Sergio en mi familia también los abuelos nos despidieron en sueños, unos días después de morir. Y nos dieron la paz y nos secaron un poco las lágrimas de esas ausencias que hoy, tantos años despues tanto siguen doliendo.
Nuestros abuelos no viajaban, se quedaban, por eso nos debe gustar tanto Banfield, era su lugar, nuestro lugar.
Gracias por tu historia. HERMOSA