Escritor, cineasta, actor, director, formador

La búsqueda de la visión

por Sergio Mercurio

por Sergio Mercurio

La expresión búsqueda de visión remite a mi juventud. A los peregrinos mexicanos que se hundieron en Sudamerica para promocionar, según ellos, prácticas ancestrales imposibles de verificar. Me los topé en Montevideo, hace 30 años, cuando vivía en Palermo y los mexicanos difundían el temazcal, ese sauna portátil, mucho más accesible y  con connotaciones espirituales. A diferencia del sauna, en el temazcal, afirmaban, no solo se transpiraba purificando el cuerpo sino también el alma. Mientras transpiraron, los mexicanos, no olvidaron de  crear una pequeña comunidad de seguidores y seguidoras que ofrecieron su vientre. Pero el temazcal era apenas la puerta de entrada a los chamanes que se caracterizaron por no tener apellidos y quienes promocionaron una ceremonia que garantizaba la iluminación y cuyo nombre era: La búsqueda de la visión. Algunos adherentes necesitados de ancestralidad viajaron a México y vivieron experiencias similares a las que debe haber vivido Castaneda con Don Juan, de haber sido cierto algo de todo aquello. Quienes

regresaron de la experiencia en el desierto, afirmaron que los acompañaban hasta cierto lugar inhóspito y les entregaban una pequeña madeja de hilo para usarla como protección. Creían estos chamanes que el hilo es la forma rudimentaria del alambrado ya que aquello los protegería de lobos, coyotes, águilas y alacranes. Quienes volvieron de esta experiencia recuerdan haber tenido sed durante los siete días y por momentos delirios. Al retornar, vivenciaron un cambio radical de sus vidas, acontecimiento que hasta donde pude acompañar se obstinaron en disimular. Me debatí en la posibilidad de enfrentarme al desafío de la búsqueda de la visión pero lo dejé para una nueva reencarnación. En esta vida la presbicia me obligó a contactar un oculista, comencé desde los cuarenta años a usar lentes de lectura y afirmo que los anteojos son un gran invento y que vienen de una tradición que tiene entre sus predecesores nada menos que a Galieo Galilei y Spinoza. Además doy fe al dicho de Quique, “después de los cuarenta se puede vivir sin cojer, pero sin anteojos, jamás”

Había olvidado todo esto si no fuera porque desde que llegamos al hospital mi madre empezó a ver cosas desde la cama 2031. A mi hija mayor parada contra la pared desvanecerse.  A su novio hacerse chiquito. A mi hija pequeña aplaudiendo en la muerte, junto a un campo florido, y los últimos días, a mí andando en un bicicleta roja, por el cuarto del hospital.  Los días pasan y las visiones de mi madre no paran. Ahora me dice que mi mujer ve lejos. Tiene unos hermosos ojos verdes y ve lejos. Después se corrije y dice que es apenas un ojo, pero que es grande. La miro y me explica. La siento en la cama y por una arbitrariedad de la ventana el sol da en sus ojos. Le brillan de una manera especial. Hace tiempo se operó de algo, tipo miopía y le pusieron una película dentro de la retina. O al menos algo así, entendí. La cosa es que de acuerdo al sol esa película brilla haciendo más extraños sus ojos. Yo pienso, pero me olvido porque se ha empecinado en enumerar aquellos seres que ven lejos. Ninguno soy yo. Por momentos le sigo el juego o le digo que está soñando. Por momentos pienso que mi madre no esta más loca que las personas que ven todo el tiempo cosas en su celular y después  afirman que eso lo vieron porque estuvieron conectados. Finalmente dejamos la cama 2031 y llegamos a su casa con la esperanza de que las cosas mejorasen. ¡Qué ilusión vana! Los días pasan y aun no sabe que esa es “su casa”. A la noche la escucho discutiendo en su cuarto. Me acerco a la puerta. Está oscuro. Me quedo en el umbral y la escucho decir. Es que me duele. Basta de decirme eso. ¿Con quién estas hablando, mamá? ¿No ves? No. Con mi mamá. ¿Qué te dice? Que me tranquilice, que ya voy a estar bien. ¿Dónde está? Ahí. No la veo. Tarde para ir a México.

Hoy ha sido un día y una noche infernal. No ha dormido, y no he podido pegar un ojo. Entre nosotros la palabra pudor ha desaparecido. La palabra ambulancia se ha transformado en usual. Mi mente nombra la palabra muerte asiduamente. Estar con tu madre, anciana, casi postrada manteniendo conversaciones inconexas me atormenta. No sé de que materia están hechos las personas que pueden sobrellevar estas situaciones. Yo no puedo. No sé. Me perturba. No puedo, me saca de quicio. Y me cansa. El cansancio me parece el puente más directo a la locura.   A lo largo de mi trayectoria, mi mecanismo de defensa a esta situación se repara con un poco de descanso. Nunca me ha costado dormir. Y lo hecho de forma fácil y en cualquier lado.

Si estoy cansado me duermo un ratito y ya está, pero con mi madre al lado, chillando, no puedo. Recuerdo entonces algunas situaciones pintorescas. Una noche me dejaron durmiendo en la mesa de un restaurant donde habíamos comido.  Me despertó el mozo y ante mi incertidumbre me obligó a pagar. Pagué tranquilo porque estaba descansado. Una noche lluviosa el micro en que el viajaba por Bolivia se patinó en el fango y quedó colgando del precipicio, mientras los pasajeros se amontonaron para bajarse y salvarse me acomodé aprovechando el lugar vacío que había dejado el fugitivo y dormí. A la mañana, el micro seguía colgando pero estaba descansado y bajé renovado. Hoy no he dormido en toda la noche. No se puede dormir al lado de tu madre si está tosiendo y quejándose . No hay manera de ser sabio, inteligente, creativo o normal si tengo sueño. Por lo tanto no puedo ver nada bien. Soy un ciego. Mejor dicho soy un no vidente. No debí hablar mal de los mexicanos. Ademas acabo de ver en internet que la búsqueda de la visión es algo tan popular como las barberías. Ayer a la tarde estuve un rato con Horacio, se quedó ciego. Los ojos no le sirven más. Sin embargo lo encuentro regularmente porque es quien más me ayuda a ver. Decirle no vidente me suena a insulto. Mientras hablamos utiliza el verbo ver infinitas veces, de diferentes modos. Me parece lógico, Horacio ve, solo que está ciego. Yo, en cambio, soy un caso perdido, no creo poder hacerlo, en mi resignación un recuerdo me asalta. Es de hace unas noches. Era una de las primeras noches en que mi vieja iba a quedarse con una cuidadora, una de esas personas que están hechas de un material que en mí, faltó. Estaba lloviendo torrencialmente, la noche y el frio invitaban al refugio. Viajaba a su casa, en el auto, pensando que 45 días en esta situación era demasiado para mí y para cualquiera. Puse la luz de giro y doblé. La noche, las luces y la lluvia favorecieron la fotografía. Pensé en mí con cierta condolencia cuando en la esquina una imagen rompió el horizonte noche y azul. Era un hombre arrastrando un enorme carro de cartón, mojado por la incesante lluvia. El carro lo doblaba en tamaño. Fue algo sorprendente y en cierto aspecto me pareció que esa imagen me había sido obsequiada por el destino. Deduje que aun le faltaba un largo trayecto hasta su casa ya que el barrio donde vivo y donde vive mi madre no alberga este tipo de seres. Lo vi, ir, mojándose, realizando un trabajo invisible y me apené de mi corta vista, de no haber ido a México con los chamanes. Sin embargo quiero recalcar algo. Esto último, lo vi. Ví ese hombre.

27 comentarios

  1. Te mando mis mas sincero cariño para acompañar este momento de experiencia tan intensa y reveladora, acompañar a tu madre, cuanta información junta. Un abrazo

  2. te abraço querido amigo, como é bom ler você… a busca é algo comum que se estendeu muito desde os povos do norte ate os do sul e tem aqui na nossa comunidade, respeito bastante porque já fiz e acredito que é um dos caminhos para essas compreensões, mas não tenho duvidas que desde onde tu esta tem todas as ferramentas para melhor compreender… forte abraço

  3. ¡Impactante!No tengo palabras para expresarte todo lo que este texto me está haciendo reflexionar, recordar, añorar y sentir.

  4. Olá Sergio. Desejo e emito forças desde aqui a ti e teus queridos a transpor estas dificuldades tão estranhas e comuns ao mesmo tempo. Sobre “ver”, seu texto me recordou Heráclito: “prima, non noscere”. Será uma dica para olharmos para nós próprios com mais carinho? Não sei ao certo. Abraços!!!!

  5. Ojalá el tiempo te alcance para escribir tantos textos hermosos como este y puedas soltar a tu madre con la alegría con la que ella te crio.
    Ella al igual que la mía siempre canto en la pobreza y contra eso el mundo no puede hacer nada.
    Un abrazo.

  6. Querido Sergio, no tengo palabras, conosco tambien ese dolor por la ausencia de sueño. Cuando el ser indefenso que tenemos que cuidar nos coloca en esa situacion. Y se cruzan dos sentimientos, el odio y la responsabilidad de cuidar. Hasta donde podemos aguantar, nosotros, los hombres de poca paciencia?

  7. «El libro tibetano de la vida y de la muerte» me ayudo mucho en una situacipon similar, no es mexicano pero esta interesante. Te quiero, y te deseo mucha templanza y amor pa toda esa maravillosa familia!!!!

  8. Sergio, leer éstos textos es sentir, sentirte y recordar otros sentires parecidos en mi memoria. Tengo ganas de darte un abrazo apretado.

  9. Te abrazo amigo, gracias por regalarnos este escrito. Me tocó acompañar a mi viejo en su muerte. Es la experiencia más fuerte que haya atravesado. Te abrazo. Gracias de nuevo.

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