Escritor, cineasta, actor, director, formador

El incomparable sabor de la vida

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por Sergio Mercurio

Se quedó blanco. Blanco. Como muerto. Justo en este momento. Era el invitado excluyente de todo el congreso y se paralizó. Se había estudiado de memoria lo que iba a decir pero no encontraba su lengua. Hablar delante de los demás produce esto que está sintiendo. Subió al estrado, probó el micrófono y de pronto vio los ojos de los asistentes, los ojos perdidos de los asistentes, el murmullo incesante. La cara de no saber, de estar perdido, vio el aspecto de todos y se le hizo un blanco. Se le borró todo, miró para los costados como pidiendo ayuda. No sabía dónde estaba, giró y apenas leyó: primer congreso internacional, no leyó el final del cartel porque alguien hizo un comentario desde la platea. Querían que empiece. Que él empiece, entonces es así, ser importante es esto, es estar en un lugar donde todos te observan pero solo dos o tres piensan que lo lograste mientras otros esperan que te vaya mal. Que te hundas. No es uniforme el pensamiento sobre los otros. A lo lejos vio la puerta de entrada y algunos atrasados. El micrófono hizo un acople y entonces se acordó cómo terminaba su discurso. Se lo repitió. Se acordó de la circunstancia en que lo había escrito, de pronto se dio cuenta de que no era tan buena la frase, cuando la estaba escribiendo le pareció que al pronunciarla iban a aplaudirlo al instante, que se iban a parar para aclarmarlo pero ahora que veía quiénes estaban sentados mirando, la realidad fue impactante. Uno cree que habla para infinitos uno mismo. La realidad es que aquí está Iñiguez, Iñiguez estaba ahí para ver cómo él se hunde en su discurso y no genera ni un mínimo aplauso, Iñiguez estaba ahí para, al terminar todo, juntarse con Ozores y con Mamuttiá y juntos afirmar que la comisión se había equivocado en elegirlo como orador. Que todo el trabajo que había costado realizar la convención, ellos dirán convención cuando todos votaron que se llamara congreso, pero ello lo dirán y lo repetirán, ya me imagino que dirán: a esto le falta para ser un congreso, es apenas una convención. Y que cierre el ampuloso, porque sé que dirán esa maldita palabra, el ampuloso. De pronto me doy cuenta de que se acaba de ir el acople y ya estoy pensando cómo me van a criticar y que debería encontrar una frase diferente para terminar, porque cuando la escribía iba ascendiendo en mi propio relato, me pareció fulminante terminar así. Pero si nadie me acompaña no sé como voy a hacer para sostener la lectura, para decir en nombre de todos algo que ahora mismo sé es en mi nombre, apenas eso y de hecho estos 3 idiotas vinieron para hacérmelo saber. Vinieron a ver cómo nadie me presta atención y cómo soy ignorado. Una muchacha me ha tocado el hombro para darme un vaso de agua, cuando desee puede comenzar Don Ferenevi. Sí, sí, sí claro, le dije sonriendo y ya saludé y sentí que mi sonrisa demasiado exagerada no tiene en el público ningún interlocutor. Conocer a todos es triste. Porque lo que sucede es que captamos que la mayoría de las veces, los que nos prestan atención son aquellos a quienes nosotros no le damos la mínima. Los que valoran lo que decimos son aquellos de quienes nosotros pensamos, por ejemplo: esta mina dice demasiadas pelotudeces juntas, las saca de escuchar a pelotudos, repite cosas que dicen pelotudos. Mirá vos, Ferenevi, como es la cosa, de pronto estás enfrentado al público y la única persona que te apoya, que realmente parece que te cree, es la persona que vos pensás que cree en todos los pelotudos que hablan en el universo. Al final es como está escrito en algún lado: lo peor que te puede pasar es que se te cumplan tus deseos. Porque mientras los cumplís, de regalo te viene en combo esta revelación: hubiera sido mejor no acercarte nunca a la meta. Felices los que no logran nada. Los que esperan. Felices los que no se rebelan ante nada y saben que ellos no van a poder. Felices los esclavos. No sé donde dejé el papel con lo que tenía escrito. Estoy mirando a todos a la cara y pienso si el papel no me lo olvidé en casa, me acuerdo que lo tenía en la mano y ahora no sé cómo hacer para ponerme a buscarlo, pero claro; tienen razón los tres, estos tres nada que vinieron aquí para ver mi fracaso. La luz que me da de frente me hace dar cuenta de que yo no quería venir a hablar, quien quería venir a hablar era mi ego.

Ego, ego, ego, no te mata ni la muerte. Yo no quiero decir esto, fue mi ego, o sí quería decirlo, la realidad es que lo quería escribir, sin decirlo. No sé hablar ante tanta gente. No me refiero a que no sepa, me refiero a que no quiero. Pero era lo que yo quería. Sí. Yo quería lo que no quiero. Era. Ahora no es más. Me voy. Me quiero ir, bajo la vista para irme y me doy cuenta de que el papel del discurso lo tengo en la mano. Parece una joda esto, tengo el papel en la mano y busco el papel que tengo en la mano. La venganza de mi abuelo, que buscaba los anteojos que tenía puestos. Perdón, abuelo; al final, lograr el objetivo es esto, conseguir una cosa y perder doscientas. Saber que todo es nada. Todo es nada. Tener todo es tener nada. Qué porquería descubrir la filosofía cuando quería descubrir la gloria. No tengo la mínima idea cómo pienso esto mientras voy leyendo. Un segundo después termino. ¿Lo habré leído todo? Dije la frase final y no me fue tan mal, ni tan bien. Ni se volvieron locos, pero tampoco me abuchearon y lo que es peor es que la muchacha está arrancando el aplauso de todos y me guiña un ojo y los tres nada, incluso ellos, aplauden. Al final no tengo los enemigos donde creo que los tengo. Bueno, listo, me bajo del estrado y alguien me palmea. ¿Para dónde voy? ¿Para dónde vas cuando llegaste adonde querías llegar y te das cuenta que ese lugar no existe? O sea ¿cuál es el siguiente paso después de lograrlo todo? Yo estoy más perdido que nunca. Muy lindo Ferenevi. Gracias gracias, gracias. Bueno, acá hay doscientas personas y resulta que lo que yo leí no le llegó a más que 3 o 4, eso quiere decir que fallé. Viene caminando la muchacha ésta y abre un cuaderno. Me mira. Ferenevi, tuve que anotar su última frase, estoy muy conmovida. Quiero confirmar si la anoté bien. A ver. Sí, es así, la anotaste bien. Ferenevi, con todo respeto y a riesgo de ser cholula te puedo pedir que me la digas de nuevo. Quiero oírla. Pero es que ya la dije y ya la anotaste. Ya sé, pero es que cuando la dijiste sentí algo muy profundo, muy emocional y de pronto sentí que debía escribirla, porque más allá de todas nuestras diferencias (porque las tenemos) si algo puede reunir a todos los que estamos aquí es ese sentir, ese deseo, ese hambre de vida del que hablaste. ¡Que linda frase! Mirá la piel de gallina. Yo me permito, en nombre de todos los zombis que acá estamos, decirte que encontraste nuestra palabra. Fuiste un oráculo. Decila de nuevo. Decímela a mí. Yo, primero como mujer, como zombi también, como muerta también, pero más como mujer, quiero que sepas que te siento un compañero súper, súper importante. Un líder. ¿Podés repetírmela? Por favor. Sí. Sí, claro, después de lo que me dijiste si no te la digo me voy a sentir un hipócrita. Te la digo. A ver ¿cómo era? Hago que pienso, pero estoy viendo la sala y me doy cuenta que esto es lo peor que me ha pasado, tener que estar diciendo mi frase a esta pelotuda y darme cuenta que por ahí somos iguales, no tengo nada especial, ella es igual que yo, los tres nada son lo mismo, los que no me escuchan son lo mismo. Hasta me viene algo que me da miedo pensarlo, ¿será que alguien vivo será lo mismo que alguien muerto? Es el colmo. Listo, ya te la dije. Chau. Me despido. Solo una cosita más, ¿me la podés firmar en mi cuaderno? Acá abajo. La copie tal cual ¿no? Si, sí, tal cual. Me hubiera gustado que te oyera mi hermana, pero la cortaron con un hacha el otro día que hicimos una incursión a un barrio privado. Fue mala suerte, estábamos comiendo juntas a una nena de unos 9 años y apareció un abuelo al que no le dabas nada y le pegó un hachazo a María Eugenia en plena cara. Pobre tu hermana, lo siento pero me tengo que ir, ahí te lo firmé, después hablamos. Ferenevi. Ferenevi, solo una cosita más. Decime rápido porque me tengo que ir, me están esperando. No, sólo te quería decir que creía que tu apellido era con b larga, pero no. Es con v corta, ¿no? Sí, Ferenevi es con v corta. Con v corta. ¿Seguro, no? Sí, seguro; lo escribo desde hace una vida. Bah, desde la vida como zombi, de antes no me acuerdo nada.

6 respuestas

  1. Uy, será que seguimos caminando en ese estado zombi, que ya ni recordamos la vida de antes. La vida vida. La vida de mirar a los ojos y sentirnos plenos de vida. Pasamos la vida pasando y pasando como zombi por calles repletas de más zombis y avisos que no dicen nada, pasamos sin pasar, hasta que alguien llega a tocarnos el hombro. Gracias Sergio por este nuevo relato.

  2. Me ha gustado mucho tu relato. De la vida, la de los vivos, a veces me asalta la idea relacionada de lo que vale la pena, la pena de hablar o sonreír para unos otros que no sabes si son sombis y si alguien realmente te escucha lo que eres. Me encanto lo de buscar la gloria y solo conseguir filosofía. Un abrazo ya sin Sise que si valia la pena. Alberto

  3. Pucha que siento una catarata de emociones, te metes con todo! Me sacude el deseo de caminar y disfrutar el paso (nada mas y nada menos), y mientras lo dé, poder ser consciente que estaría bueno tener claro que hubiera sido mejor no acercarme nunca a la meta. Tristeza y vacío que acompañan al «logro». Subirse a la ruedita de no esperar, rebelarse, creer en el poder propio, llena de incertidumbre, desequilibrio, dolor. Me siento viva porque siento los huesos, pero quizá ya morí hace rato.

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