Juan Domingo se peinaba de costado, logrando que sus fideos capilares le tapasen la lustrosidad del centro de su cabeza, así como lo había hecho su abuelo, su padre y una tía
La Juan Domingo Lamposani era de una clara ascendencia conservadora. Y así como los masones se tocan el anillo ante un desconocido: por pura costumbre, Juan Domingo se peinaba de costado, logrando que sus fideos capilares le tapasen la lustrosidad del centro de su cabeza, así como lo había hecho su abuelo, su padre y una tía cuya enfermedad aun no tenía nombre pero cuya cura solo sirvió para confundir a una decena de familiares y vecinos que tomaron a la tía Berta como una eminencia de la recuperación capilar. Lamposani era conservador en todos sus actos y , al igual que el resto de los mortales, cultivaba una contradicción, en su caso, era fanático de los bolcheviques. Si bien desconocía los posibles efectos de la transmigración corporal o el teatro en ocasión de formar parte de un evento en un barrio aristócrata encontró en un aposento un gorro ruso y fue tentado a colocárselo sintiendo tal estupor que fue impelido a llevárselo. Cierto otoñal domingo, escondido hasta de sí mismo, se encerró en su mohosa habitación y sintió en carne viva la toma del palacio de invierno de San Petersburgo. A partir de aquel acontecimiento, que guardó en su memoria, se propuso incorporar a su acervo mucho material al respecto para confirmar si además de conservador se podía ser bolchevique. Una tarde, haciéndose de unos anteojos negros, puso en riesgo su integridad e hizo contacto con comunistas quienes se habían mostrado más llevados a venderle una rifa que a conseguirle material sobre aquella revolución. Su convicción conservadora se afianzó cuando descubrió que iba a ser en la asociación Cristo Rey Infinito que conseguiría todo el material pertinente, incluídas las crónicas de la revuelta roja, un vodka y el semblante duro de aquellos hombres de ushanka.
Para aquellos seres propicios a encontrar las causas primogénitas de los acontecimientos vale informar que Lamposani al igual que su padre y su abuelo dedicaron sus días a trabajar en una fábrica de sofás, donde descubrió las costumbres y modales de la clase pudiente. Allí vio desfilar una serie determinada de culos que elegían los sofás para reinar en los living de sus lares. De tanto ver culones ricos Juan Domingo incorporó esas costumbres y desarrolló ciertas frases que podrían haber ido más allá de sí mismo sino hubiese sucedido lo que todos conocemos.
Un domingo otoñal, en los alrededores de los bosques de Ezeiza mientras el sonido de los aviones acompañaba el bullicio y cierta prole jugaba con una pelota rindiéndose al pasto, Lamposani desde su trono, un sofá verde pana, llevado envuelto en plástico y protegido con goma espuma en un baul abierto de un Taunus verde, disfrutaba una riqueza que sabía un día iba a pertenecerle. Todo iba a cambiar cuando un avión desconocido surcó los bosques de Ezeiza. La compañía rusa de aviación llegaba por primera vez a Argentina. Aeroflot. Entonces Lamposani, conservador por excelencia, dejó atrás la tradición que lo había marcado, corrió a su casa en busca de la ushanka se la colocó y comenzó a pensar en la posibilidad de dejar de peinarse para el costado.
2 respuestas
Muy bueno ser!!!.me encanto besitos
Gracias gaby, tu primer comentario en mis relatos! Qué lindo saber que has leído