A Javier Martiniano
que supo que hacer con su guitarra
La escuela se iba derrumbando hacía rato, el final de todo fue antes del virus, mucho antes, sin embargo el pedido de socorro durante décadas tuvo su respuesta anoche. En este lapso hubo quienes luego de haber logrado un amplio apoyo político ejercido con todas las de la ley, los ejercicios democráticos y la movilización popular lograron por fin conseguir entrar un palo. Era un palo de 4 metros de altura de un roble que, en la provincia del Chaco, había sido elegido por 12 pájaros cosanguineos a lo largo de generaciones. El palo, en otro momento, había sido árbol y lo recordaba: un roble que jamás imaginó para sí mismo otra cosa que un bosque. El árbol fue vendido y comprado como roble pero al entrar a la escuela perdió su historia para finalmente ser llamado palo. Agarrando el palo de un modo que los unía, los 12 trabajadores ilegales que pudieron haber sido expulsados sino hubiera aparecido el virus y si el tiempo no hubiera roído todos los techos de las escuelas, entraron unidos por el palo mientras huían de ella una cantidad espantosa de seres humanos en crecimiento. En la huída se pudieron tomar algunas fotografías: el profesor de filosofía durmiendo, los profesores de educación física riendo, la profesora de geografía grabando los acontecimientos con un entusiasmo desmedido. Algunas profes se habían ausentado amparándose en ciertas posibilidades recreativas que permite el estatuto docente, otros tenían licencia gremial, el profesor de historia se mostró sereno y caminó hacia la calle del modo como siempre había entrado, sabiendo que nada importaban sus actos, sus gestos, sus enseñanzas y su vida en la historia universal. La secretaria, no supo si rescatar todo la papelada que había sido su vida o si incendiarla. La directora se enteró desde su casa y le pareció lógico que se encargara la vice. Los porteros, héroes de Malvinas, permanecieron en la cocina. Los 12 trabajadores que entraron a la escuela, algunos, lo hicieron por vez primera. De los 12, uno pensó que el edificio era perfecto, otro pensó que era lógico el derrumbe, nadie pensó que el palo iba a arreglar algo definitivamente, pero como habían sido contratados para ponerlo: se limitaron a hacer el ejercicio bien hecho. En el momento que trataron de erguirlo la vicedirectora confirmó que todos los de tercer año seguían sentados en el aula esperando a la profesora de ciudadanía que, como era de esperarse, fue la que primero salió a las corridas al darse cuenta que el techo se derrumbaba. Bajaron por la escalera unos veinte jóvenes y jovencitas que vieron a 12 tipos poniendo un palo. La vicedirectora salió rápido porque tenía que ir a otra institución donde apenas era profesora de geografía. Dentro de la escuela quedaron 13 personas: el profesor de música y los 12 obreros con el palo. En esa oportunidad, el de música había llevado como siempre una guitarra. Ahí sucedió esto. Los 12 tipos lo irguieron con mucho esfuerzo. Todos esperaron que la decisión de la cámara de diputados, el Ministerio de Educación con el apoyo del Ministerio de Interior, el aval de las Naciones Unidas a través de la Unesco y una serie de organizaciones no gubernamentales que habían movido cielo y tierra para comprar y hacer entrar al palo, resolviera raudamente el problema escolar colocando el mismo en el centro central de la institución y sostenerla un tiempo más, al menos. Pero la cosa que sucedió no fue buena, al menos en el sentido práctico, porque el palo no alcanzaba. Cuando lo irguieron se dieron cuenta que faltaba un dedito, un casi nada para llegar al techo. No había caso, el palo no servía, es decir, el palo como palo servía para sostener una escuela un tiempo largo si el techo tuviese la misma altura del palo, pero en este caso no. Se podía, claro, iniciar otro movimiento social y acudir a la política para conseguir un palo más largo o: tratar de resolverlo ahí entre los 12 tipos solos. Los 12 hombres de acción y faltos de escuela acordaron que el palo no servía pero como también no habían ido a una escuela no se dieron por vencidos. Quien advirtió esto fue el profesor de música que seguía el acontecimiento a un lado. Dialogó con quizá el más viejo de todos, un guaraní retacón, que comenzó a dar vueltas para conseguir algo. La palabra taco le vino a la mente. La rápida conclusión del profesor de música fue que tal vez algún libro, tipo enciclopedia, podría servir para tales fines. La biblioteca estaba en perfecto estado. En ella había ahora una serie de computadoras que contenía todo el material bibliográfico digitalizado, por lo que advirtieron que los libros seguían existiendo pero ya no en su formato físico. El momento que vale el relato sucede ahora cuando los 12 operarios escuchan el ruido atronador del techo y comienzan a observar el advenimiento del final de toda la escuela. En ese momentos el retacón guaraní advierte que hay algo que lleva el profesor de música que tiene la contextura, el tamaño y las condiciones para ser colocado como aditamento del palo y de esta manera salvar la estructura escolar. El profesor de música se siente intimidado. Doce extranjeros le están pidiendo prestada la guitarra. En primera instancia el profesor de música reflexiona. Explica claramente que la guitarra es un instrumento musical y que es frágil, que es hueca, que jamás se podría usar para esos fines. El retacón guaraní se acerca y la observa detenidamente. Se toca la pera. En ese momento vuelven de no sé donde unos obreros con baldosas y ladrillos, pero el retacón ha hecho sacar la guitarra de la funda, la observa, y se va convenciendo, solo, que tal vez eso ayudaría. El profesor de música apila 5 baldosas y habla. Le explica que las baldosas consiguen la misma altura que la guitarra. El retacón mueve la cabeza negando. Las baldosas no sirven. Finalmente el retacón interviene y pregunta: “¿Usted para qué usa esto? "Es un instrumento. Sirve para que los niños... no se cómo explicarlo." Al profesor se le ahoga la voz, y trata de argumentar que con las baldosas que los otros trajeron se va a poder arreglar. El retacón reflexiona mira la guitarra y mira a los ojos al profesor, entonces muy sereno le explica que ha sido albañil por 40 años, que en ese tiempo debió cumplir órdenes de arquitectos que imaginaron cosas que no construyeron y que si él explicara cómo resolvió las insensateces que diseñaron los que estudian tal vez mucha gente se sorprendería. Al profesor de música se la aguan los ojos. El retacón pone la mano callosa sobre la guitarra, en el momento que lo hace, sobre la laca negra brillosa cae un poco de polvo de sus manos. Los doce hombres lo miran y algunos ríen. Aquí el profesor de música advierte que el futuro de la escuela depende de sus actos. Atención. Atención. Este acontecimiento tiene reverberaciones bíblicas. Es el último momento de algo. El profesor y los 12. ¿Alguien podrá traicionarlo? Nada de eso. No hay vinculaciones de ningún tipo con este acontecimiento. La escuela está por derrumbarse definitivamente, las imágenes las está registrando la profesora de geografía que de pronto después de 27 años ha recuperado el entusiasmo. Fuera de la escuela muchos de los que dentro no podía conectarse lo están haciendo. El profesor de filosofía ha recuperado en su cabeza textos, los profesores de educación física acercan sus caras y se ríen. La vicedirectora trata de contactar a la directora que le clava el visto a todos los acontecimientos sin siquiera reaccionar. El profesor de inglés llora, está hablando con alguien desde hace rato, le dice que hizo lo posible para salvarla, que la mayoría fue mayoría y que no hubo caso: que el trató de conseguir aliados, de hecho le llama la atención como ahora los mismos que ayudaron a que se caiga permanecen observando como si no hubieran sido parte del desastre. Hay algo unificado en este desastre. Nada ni nadie estuvo a la altura. Ni el palo. La mayoría se atuvo a la realidad posible. Unos se volvieron locos y se fueron y la gran mayoría se ha jubilado. Si esta escuela fuera la única que se está derrumbando hubiera sido noticia pero solo restan unas pocas. En este caso esta escuela depende exclusivamente del profesor de música. Es curioso como el último momento se parece a todos, el profesor de música ha sostenido la escuela porque creía. La ha sostenido con algo intangible, algo que no pudo ponerse en leyes, no puede ni siquiera mensurarse. Mientras afuera las ideas se cruzan y se besan, dentro, el profesor de música comienza a poder hablar de su guitarra, de lo que hace con ella. Los 12 albañiles se han sentado en círculo y comienzan a escuchar historias de lo que el profesor de música ha hecho con la guitarra. Después de escuchar historias de niños, el profesor dice algo que va a cambiar el rumbo de los acontecimientos, dice que con esa guitarra hizo cantar la escuela entera. Uno de los albañiles esta pidiendo que haga lo mismo con ellos. Al profesor de música le sudan las manos. El ruido del derrumbe anuncia lo inminente. No puede hacerlo. El retacón interviene, dice que no hay tiempo para eso, mira duramente al profesor. El profesor de música mira su guitarra y la imagina para siempre como un taco, casi a un dedo del techo, sosteniendo una escuela derrumbada. “Haga lo que quiera a nosotros nos da lo mismo. Nosotros no compramos el árbol, a nosotros nos contrataron para poner el árbol y sostener el techo. Pero si nosotros sacamos una foto y mostramos que el árbol es corto, nos pagan igual. Le decimos a usted porque es el único responsable aquí dentro”. En ese momento el profesor advierte que los albañiles llaman árbol al palo y agrega que su guitarra también es parte de un árbol. Esto que acaba de decir no tendría que haberlo dicho. Lo ha dicho y se ha dado cuenta que eso favorece la lógica de los albañiles, quienes ahora están seguros que, por una cuestión de materiales, el palo y la guitarra no podrían jamás repelerse. Este momento es un poco raro porque por primera vez en su vida el profesor de música se ha sentido totalmente solo, pero no solo en la escuela si no en el mundo. Ha girado la cabeza y ve que, como casi siempre, no hay ningún docente, y en este caso ni siquiera un directivo, ni un portero. La retórica de los albañiles es inequívoca, “Es también un árbol, pero con este árbol cantó la escuela entera, entonces la escuela lo va a tomar bien y va a sostenerse”. Contamos hasta 3, dicen los 12. Usted decide, si usted quiere salvarla pase la guitarra. El profesor de música tiene ante sí mismo una de las decisiones más importantes de su vida en su manos. Tiene su guitarra. Una guitarra que al igual que el palo una vez fue árbol, pero en este caso no solo recuerda los cantos sino que los provoca. Piensa mientras dicen 1, siente mientras dicen 2 y nuevamente, como siempre lo ha hecho, como lo saben todos los alumnos que ha visto cantar y sostener una institución que ya no servía hace muchos años, mientras el 3 va a pronunciarse hace lo correcto.
9 respuestas
Muy bello relato, Sergio. La figura de la guitarra sosteniendo una escuela es de una justicia poética que invita a creer.
Fer, me alegra tu comentario un abrazo
Obra de ARTE que conmueve. Muchas gracias!!!
Muchas gracias por comentar Matilde
La MUSICA salva…el ARTE salva!….pero en educación no es tenido en cuenta.
HERMOSO ❤
Gaby querida, una vez en una revista de la zona me preguntaron si el arte y el teatro podía salvar la educacion, era una pregunta capciosa. Ellos esperaban que responda que sí. Dije que lo mismo da la matemática o plantar dalias. Me querían matar, pero yo sigo pensando igual el arte es también un lugar de burócratas y este país es un ejemplo de eso.
Hermoso relato querido Sergio. Abrazo
Cris gracias por leer y comentar
Que bonito. Muy poético, que lindas las imagenes del arbol y la guitarra, que tienen la misma raiz y son fuentes de vida, la vida no seria la misma sin el arte.