Escritor, cineasta, actor, director, formador

EL ENCANTADOR DOCTOR LIPOMBO

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por Sergio Mercurio

Habíamos llegado a África hacía unos días, habíamos visto los carteles de “Only White” en todo lado en una Johanesburgo que se quería ver blanca. Quería.

Mozambique quería verse libre. El cartel del aeropuerto me confundió “ Zona libertada da humanidade” quería decir ¿zona libre de la humanidad, o zona libre en la humanidad? Hoy en día, aun me confunde, el portugués tiene ciertas expresiones que me parecen intraducibles. Pienso en lo que debe querer decir más que en la lógica. Me manejo con el portugués igual que con el castellano.

En la capital Mozambicana, a diferencia de la Sudáfricana, no había esos carteles, ni siquiera había blancos. Por eso nos notábamos. Salimos a cambiar dinero y dar una vuelta por la “Cidade Baixa”.
Caminar por Maputo en el 88 era muy tranquilo. Se percibía la suavidad de su gente. Más de una persona nos había ya saludado con una sonrisa. Los dos blanquitos de pantalón corto eran un paisaje poco habitual y saludable

Fuimos subiendo desde la ciudad baja por la margen izquierda de una calle cuando ibamos a encontrarlo. Encantador. Había sido favorecido con ese brillo que la naturaleza reserva a algunos. Alto. ¿Quién no quisiera? Flaco. ¿Quién no quisiera? La sonrisa exacta. Esa que parece natural. Ni picara ni soberbia. Una sonrisa equilibrada, la que invita a sonreir con él. Cómo fue el viaje desde Argentina, nos dijo. Bueno, claro que muy bien. Un poco largo, pero muy bien. El doctor Cano dijo que estaban cansados. El doctor Cano, un primo de un primo de todos los primos que Dado ha tenido desde que lo conozco, nos había garantizado la llegada a Maputo. Tito, que así se llamaba el Doctor, nos había esperado en el aeropuerto, nos había tramitado la visa, llevado a su departamento y aquella noche de navidad nos había traducido lo que el ministro de interior decía en su mensaje navideño: “Dejen de tirar las botellas vacías por las ventanas. Se están produciendo accidentes graves en las calles”. El tipo que nos hablaba del doctor Cano nos sorprendió con la propuesta. ¿Quieren que los lleve? estoy con el auto acá abajo, el doctor Cano me habló de ustedes, me dijo que habían venido a dar una vuelta, bienvenidos a Mozambique.

¿Les gusta? Dije que sí con la cabeza y él, al instante, me hizo sonrojar. Qué bien que hablás el portugués. Lo miré dudando. Qué difícil es desconfiar de un elogio. Y ahí estábamos nosotros con el Doctor Lipombo, un colega de trabajo del Doctor Cano, que en ese momento era nada menos que el director de Medicina Interna del Hospital Central de Maputo. Nosotros ya estábamos sonriendo con Lipombo, que a esta altura era nuestro primer amigo africano, y estaba ofreciéndose para llevarnos a dar una vuelta y conocer las afueras, la playa por ejemplo. Vamos, vamos, ¿vamos?, ¿quieren ir? A ponerse la ropa de baño y a ver chicas. Y nosotros sí, sí, sí, sí. Vamos. Llegar a un lugar y encontrar alguien en la calle que se ofrece a llevarte de paseo me recordó La Habana y a la frase que me habían dicho “Mozambique es la Cuba de África”. El doctor Lipombo se detuvo en seco para confirmar si tenía algo. Ahí nos miró y nos explicó que tenía que ponerle nafta al auto para hacer un viaje de varias horas y que entonces iba a ir a buscar plata. Se detuvo en seco. ¿Ustedes tienen algo ahí?, con la plata de ustedes hacemos más rápido. Dado me miró desconfiado. La plata de los dos la tenía él. Agaché la cabeza como diciendo «Dale». ¿Cuánto? Lipombo sugirió Dado muestre los billetes. Ahí vi los dedos finos del Doctor Lipombo, el primer médico negro con el que me topaba. Debía ser cirujano por la delicadeza de sus dedos visitando los billetes de diferente denominación. Agarró unos pocos y enseguida volvió a sonreir y se dijo para sí mismo, mejor lo lleno. Nosotros estábamos entregados a África, a Maputo, a Mozambique, a la revolución, a la “zona libertada da humanidade”. El doctor Lipombo nos abrazó, nos sonrío y nos dijo que era mejor que nos vayamos preparando mientras él buscaba unas cosas en su casa, llenaba el tanque y pasaba a buscarnos por el 5 A. Empezamos a caminar. “Me parece que nos cagaron”. ¿Y que íbamos a hacer? ¿Quedar mal? No tengo idea cuánta guita le di. Ni me acuerdo los billetes. Bueno. Si nos cagó es un genio. Cómo sabía todo lo que sabía. El nombre de la hija de Tito, la dirección, que era el 5to piso, que llegamos ayer. Mira si nos cagó es un genio. Por ahí no. Nos cagó. Bueno ahora relajá. Volvamos a la casa de Tito y veamos.

Subimos por la Eduardo Mondlane, hasta el hospital central y justo enfrente, comenzamos a aprender las costumbres: despertar al portero, después esperar un ascensor bajar, marcar el 5 y que el bicho trate de arrancar en vano. Finalmente subir los 5 pisos a pie y golpear la puerta. Del otro lado, atrás de los lentes, Tito se acomoda el bigote y blancamente pregunta como nos fue. Dado arremete que encontramos un amigo suyo. Tito se acomoda los anteojos con el dedo índice. El dedo tapa el ceño que se le frunce. Dado está comenzando a enfurecerse, es el mismo momento que yo me empiezo a reír. ¿Cómo les dijo que se llamaba? Los cagaron. Los cagó el doctor Lipombo, no existe, dijo Tito riéndose conmigo. Con el tiempo conocí historias que otros extranjeros contaban. Alguien los abordaba en la calle sabiendo todo sobre ellos y muy amablemente los estafaba. Yo estaba seguro quien era. Era la delicadeza del doctor Lipombo. Alguien me aseguró que era alguien que tenía contacto en Migraciones y sabía todo acerca de los extranjeros que llegaban a Maputo. Por eso era infalible. Ahora pienso que tal vez, el doctor Lipombo era un funcionario de Migraciones, por eso mismo tenía la información. La estafa era una changuita para vivir en un país donde la revolución no había logrado todo lo deseado. Dos meses y pico después una calle me trajo una sorpresa.

Estaba volviendo a la casa, desde el gimnasio, serían las 3 de la tarde. Un horario muy raro para andar caminando. Alguien venía de la vereda de enfrente. Alto, flaco, sonriente. Traía su maletín en la izquierda. Lo llamé. No sé que me hizo subir la voz de una manera violenta. Fue una actuación. Estaba super contento de haberlo encontrado. Lo recodaba con cariño. Pero no podía abrazarlo. Acababa de encontrar al Doctor Lipombo. El estafador. En ese momento, había decidido quedarme a vivir en Maputo. Como se hacía el desentendido, me paré en el centro de la calle mirándolo fijo y grité. Bajó la vista y comenzó a acelerar el paso huyendo, hasta que lo cerqué. Se detuvo llevando su dedo índice perpendicular a los labios, rogándome silencio. Vení para acá, le grite, en un actuación memorable.

El doctor Lipombo estaba perdido. Lo había encontrado de nuevo. Él se había confiado demás en la realidad de que un blanco no diferencia los negros. Así como los blancos no diferencian los chinos. Así como los negros no diferencian los blancos. Lo miré firme tentando de risa y le dije que si no me devolvía la plata en ese momento lo iba a llevar arrastrando a la policía. Y que además lo iba a vigilar, porque iba a garantizar que no estafe a ningún extranjero más. Creo que dije argentino. En realidad, quería que Lipombo se riera conmigo, que vayamos a caminar y me cuente de los que había estafado, de como lo hacía, nos hubiéramos hecho amigos. Pero nos centramos en la transacción. No tengo plata decía, medio temblando. ¿Estaría tambien actuando? Lo obligué a abrir el maletín, hasta que de uno de los compartimentos sacó plata. No mucha, le dije que era poco y que debía devolverme todo lo que nos había robado. Me juró de todas maneras que me iba a compensar. Al rato se fue presuroso y con miedo a que lo golpee. Dejé que se vaya y me fui riendo muy feliz de lo que había vivido. Los dos éramos estafadores, el no era doctor y yo no era malo. La felicidad que tenía de haberlo encontrado y haberle hecho que me devuelva el dinero fue de lo más divertido que había vivido en mi vida. Tenía que contárselo a Dado, pero el no estaba en Maputo hacía tiempo, así que me pareció justo gastarme el dinero solo. A la tarde me acordé algo. No me había devuelto todo. Yo le había amenazado con sacarle el maletín, entonces casi arrodillado me prometió que me devolvería el resto esa misma tarde. Iba a llevar la plata adeudada a una intersección de calles muy conocida. Fui a buscarlo y me quedé al lado de uno de los semáforos, al rato crucé a la vereda contraria, seguro de que me vendría a encontrar con la cola entre las patas. Ahí iba a decirle que no me la de y lo iba a invitar a tomar algo para hacernos amigos. Pero no vino. Me dejó plantado. Me había vuelto a estafar. Volvió a hacerlo. Con Dado, de vez en cuando, cuando alguien está por cagarnos o lo hace, enseguida nombramos al Doctor Lipombo. He estado tratando de encontrar alguien que se le parezca para compartirlo en este escrito. Me he detenido en Omar Sy. Y creo que es él. Es Lipombo haciéndose pasar por un actor francés. Voy a ver una película para sacarme la duda.

Omar Sy, o el Doctor Lipombo actuando de Omar Sy

9 respuestas

  1. Me parece que le hubiera venido bien el cambio de una letra a su apellido, como para rimar con lo que te hace, el Doctor Lipongo jajaja

  2. me conto una historia parecida un famoso maratonista de Banfield, corriendo por un pseudo bosque de la patagonia enclavado en el centro del conurbano bonaerense

  3. Augusto Boal chamou essa técnica Lipombo de “Teatro Invisível”… muito comum no Brasil, mas o que me interessou mesmo foi a técnica de escrever, quando, quanto e onde é o retiro?

  4. El ingenioso dr. Lipombo no merece la cárcel, ni la guillotina o el ahorcamiento, ha cometido faltas leves, no es que su conducta sea un ejemplo pero es la clase de tipo que no podés tratarlo de otra manera de la que vos lo hiciste, el humor le gana a una a estrecha conducta social, morigerada por el abundante ingenio de Lipombo. El relato impecable.

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