Escritor, cineasta, actor, director, formador

Ningún Boludo

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por Sergio Mercurio

La última vez que los vi me estaban por cagar a trompadas.

Como saben no hay nada parecido a criarse en un barrio. Vivir en un barrio es la gran expectativa de cualquier persona sensata. En un barrio, a diferencia de un edificio de departamentos. Por más que sea un barrio edificado por el gobierno de Suecia o por la cooperativa más justa del mundo, con planificación perfecta y que haya logrado casas igualitas sin robar un peso, al año y medio alguien rompe una pared, deja una cabra en la terraza, o una lancha estacionada, alguien planta un árbol tailandés que crece super rápido, rompe la vereda de los vecinos vecinos estrangula la cañería de otro, o alguien se queda sin trabajo y decide poner un kiosquito que vende boludeces de día y cerveza de noche. Ahí nomás la geografia de lo igual se desgobierna y nace lo que Dante considera como el primer infierno.  Cuando nos mudamos faltaban cinco minutos para todo. Mis viejos estaban felices, me abrieron la puerta y me dijeron que salga a conocer. En los años sesenta, en Banfield se cogía bastante o existía mucha puntería porque había pibes por todos lados. Hay que entrar a internet y confirmarlo pero estoy dispuesto a apostar. Los años sesenta fue el año donde la población creció más en toda la Argentina, y curiosamente fue la época en que se crearon más barrios. 

Esto podría crear una teoría conspirativa acerca de la incomodidad de garchar en departamento, pero no voy a entrar en el juego. En mi barrio había casi quince o veinte pibes por cuadra. Y todos tenían entre 5 y 18 años. En aquellos tiempos solo no había pibes a las doce a las cinco de la tarde o las ocho de la noche. En otro horario vos podías ver lo que yo vi la primer tarde en que nos mudamos. Abrí la puerta y fui caminando lento hasta la vereda, ahí escuché los gritos. Me acuclillé y me apoyé contra la paredcita. Eran los siete, cuatro estaban subidos a un techo y los otros tres trataban de subir a la fuerza a un pibito de mi edad. 

El Tomi

El pibito pataleaba a lo loco y gritaba. Uno le trataba de tapar la boca. No sin esfuerzo los tres lo lograron. Arriba, cada uno lo agarró de una extremidad y lo comenzaron a hamacar al borde del techo como si fueran a soltarlo. El pibe berreaba como un cerdo. No sé si es valida esta expresión porque tal vez solo berrea un becerro. El caso es que el pibito gritaba, no como un humano, sino como un animal a punto de morir. Los de arriba estaban totalmente excitados de alegría. Debían tener no más que doce años. Hoy lo puedo confirmar. La cosa es que la primera vez que los vi gritar pensé que iban a tirarlo. Cerré los ojos. Al llegar a tres todos se rieron, uno alto, que estaba abajo, dijo que lo tiren, que lo iban a agarrar. Si eso sucedía el pibito iba a volar fácil 5 metros. Cuando empezaron a contar de nuevo, me meti atrás de la paredcita y seguí espiando. Jamás miraron para mi lado. La cosa es que volvieron a contar. Vi todo hasta que los de arriba se volvieron locos, y uno le pegó un cachetazo. Te measte, boludo. No te íbamos a tirar. Ahora sí, por pelotudo, te vamos a tirar de verdad. Me puse las manos dentro de la boca y se me escapó un poco de pichín. Se me cortó al ratito. Dejé de mearme encima en el momento que vi como el pibito volaba. La postal que hasta ahora tengo en mi recuerdo representa mi barrio. 

Y es esta: Los cuatro arriba de la terraza con el cuerpo inclinado hacia la calle, las manos abiertas de los que se les escapa algo, los brazos extendidos y paralelos al suelo. El pibito  rodeado de cielo, con el culo para abajo, cayendo, y los que están abajo con la cabeza muy erguida viendo que se les pasa y va a caer mucho más lejos. 

Siempre que evoco este momento me veo retroceder gateando hacia la puerta de mi casa. Unas horas más tarde mi mamá me pregunta qué hago debajo de la mesa de la cocina.

Después los vi separados, iban a la feria con sus madres,  andaban en bicicleta, remontaban barriletes, mataban pajaritos con una honda. Vi a tres meter un gato en una bolsa de arpillera y cagarlo a palos. Trataba de que de ninguna manera me vean, cada vez que el azar me ponía delante de ellos trataba de ser invisible. Una vez no pude. Doble la esquina hacia mi casa y estaban los siete sentados. Todos en short. Al verme venir, uno se me acercó como para ponerme la mano en el hombro pero me dio un golpe en la espalda que me dejó sin aire y me tiró hacía adelante, perdiendo el equilibrio. Me había explotado una bombucha de agua en la espalda. Todos se rieron, felices. 

Sentí el ardor en el centro de mi espalda y segui caminando sin decir nada. Al llegar a mi casa me sequé unas lágrimas que nadie pudo ver jamás. 

Ahora mismo, cincuenta años después, está entrando uno a la fiesta de fin de año del único club que aun hay todavía dentro del barrio. Voy a actuar. Se me acerca mientras me empiezo a morir de miedo. Qué haces, Sergito, me dice. Lo saludo pensando que dentro de un minuto van a llegar los otros y me van a subir al techo y me van a revolear. Y es así

 Giro la cabeza y todos los otros, un poco pelados, más gordos, más viejos, vienen en mi dirección. Cuando llegan hasta mí me saludan con admiración. Vinimos a verte, genio. Nosotros siempre nos acordamos el día que, en la escuela, tocaste un tema con el acordeón. Éste, solo parece boludo, dijimos.

11 respuestas

  1. QUÉ RELATO! Y JUSTO AHORA! GRACIAS SERGIO UNA VEZ MÁS! IMPRESIONATE LA ILUSTRACIÓN! MIL GRACIAS!

  2. Durante la lectura me acompañaba una vocesita que decía «que dure, que no acabe esto». Qué ganas de leer la novela de Sergito antes de hacerse genio. O ya la tienes, maestro?

  3. Que relato lindo ! Para creer como genuino el episodio pues huele a barrio por todos los costados. Esas cosas pasan y deben recordarse, el barrio y más el de aquellos tiempos guarda la esencia del ser argentino. La amistad, esa religión callejera que se prolonga en el tiempo rompiendo el olvido; el humor, que persiste sin fronteras aunque en ocasiones se torna dramático como en el caso de este relato y, las pelotudeces que están a la orden del día y acontecen en cualquier momento, mañana, tarde y noche. Las pelotudeces, como la amistad trascienden el ámbito barrial y se instalan en cualquier geograf´´ia y tiempo con sus múltiples variantes. Abrazo.

  4. Aunque no suelo comentar tus escritos siempre los leo y los disfruto. Éste me dió dolor de panza, en Argentina estamos viviendo/acompañando el caso de un asesinato estúpido en manos de una banda de energumenos como los que había en el barrio de Sergio….siempre están acechando….en mi escuela había un pibe, uno solito, hasta las baldosas temblaban, las maestras, el portero, todos le teniamos un respeto con adrenalina de pánico…..que feo…..gracias por tu relato aunque me deja un agujerito doloroso.

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