Escritor, cineasta, actor, director, formador

Infancias Bolivianas

por Sergio Mercurio

por Sergio Mercurio

Bajo del avión que me ha traído de Sucre a Cochabamba. Nos dividimos porque tenemos que llegar en 20 minutos al taller que voy a dar en el espacio de Elwaki .Hace calor. Hace tiempo que no llueve. Cochabamba es el mundo.  Nos bajamos del taxi y ya me pongo en modo epicureano. Voy a disfrutar el encuentro. No conocer a nadie y ver que diez personas se han decidido a escribir todo el día me entusiasma. Entramos al salón y me avisan que debo bienvenirme al futuro, alguien tomará el taller desde Costa Rica. El teléfono se conecta y comienzo. He dado el taller “Contando la propia historia” ya otras veces, pero es la primera vez que lo haré presencial. Vamos a escribir durante todo el día. Desde la 9 y media de la mañana hasta las 8 y media de la noche. Solo cuando el calor cochabambino amaine un poco voy a conocer 22 historias que desconocía. El taller que creé hace un par de años, apunta a que cada uno identifique en su recuerdo historias para compartir, historias de las que conoce detalles. Historias donde la emoción fue intensa, historias que aun hoy no se descrifran y que por medio de la escritura cada uno sondeará. Hay un muchacho que hace Parkour y que nunca escribió en su vida. Se inscribió asumiendo que se iba a aburrir. Me dice al final que escribir ha sido escaler un edificio. Hay una mujer que decidió no ir a su trabajo y venir a mi taller.

Durante la jornada apagará el celular dos veces la primera con temor y la segunda convencida que no tenía que estar en otro lugar. A medida que el taller avance voy a comprobar lo que siempre sospecho: la profundidad hacia la que rápidamente ascienden los bolivianos. Hay escritos potentes, hondos, ricos. Usan la palabra de un modo que me gustaría y no sé. Se escribe bien en Bolivia. Durante la presentación del grupo hubo una confusión. Pensé que había una familia tomando el taller. Pero todos vinieron solos. Las 10 personas. Una muchacha se presenta. Cuántos años tenés, le digo. Dieciseis. Una joven de dieciseis años ha decidido pasar el sábado escribiendo. Este está empezando a ser un hermoso día. Todo va a aumentar dentro de un segundo. Porque la persona que se presenta a continuación, dice que ha escrito libros. Tiene unos lentes muy grandes y una actitud serena. Se llama Sol. No he publicado ninguno, pero escribí 3. Su comentario me hace olvidar su nombre.¿cuántos años tenés? Entonces sucede mi risa. Mi alegre risa. Mi feliz risa. Tengo 12 años, dice la niña de los anteojos grandes. No se inmuta. Está delante mío escuchando que habló de Epicuro y de vez en cuando anota algo en su cuaderno con una letra chiquita, casi de su edad. La prolijidad extrema le hace aprovechar la hoja. Cuando Sol termine el primer escrito y lo lea voy a pensar mucho. Ella lee:

Supongo que todos pudimos sentir muy claramente el momento exacto en el que el cielo comenzó a liberar a aquellas gotas de agua que rápidamente comenzaron a empaparnos. Aún así nadie quiso moverse. Menos yo, pues siempre me ha gustado el agua. Pero lo que no me gusta es tener que esforzarme para poder divisar todo lo que sucede a mi alrededor, por culpa del sobre-cristal que las gotitas provocaban sobre mis lentes. 

La frase, «el sobre-cristal que las gotitas provocaban sobre mis lentes», me emociona. Es evidente que la capacidad de escribir de Sol no necesita mi opinión, pero estoy tentado a decir lo obvio. Estoy delante de una escritora de 12 años. Puede o no elegir serlo en el futuro. Diez horas después, Sol sonríe. Esto ha sido muy bueno, comenta. Esto es lo que quiero hacer,  yo me aburro mucho en la escuela. Todos, incluidos los profesores, miran su celular, yo escribo. Once horas después, los padres de Sol vienen a buscarla. Desde que es muy niña escribe. Nos sacamos una foto que me gustaría tener. Termina el taller y tengo ganas de gritarlo que he vivido. Ha venido a mi taller una niña de 12 y una joven de 16. Esto no pasa nunca. Solo en Bolivia. La última presentación en Bolivia sucedió en Santa Cruz de la Sierra, al finalizar después de muchos reencuentros una niña se acerca.  Me saluda muy formalmente mientras su madre tímidamente la acompaña. La niña me explica su emoción. A mi me gusta la poesía, por eso me gustó el espectáculo. Yo memorizo poemas y los recito.  Estoy tentado a pedirle que me recite uno pero no quiero incomodarla. Entonces la madre agrega, Ella recito poemas en la plaza, para perder la vergüenza. Miro a su madre. Es una mujer pequeña. Lo que es una mentira de la apariencia porque la mujer va a decir: Nosotros venimos de un pueblo que queda a dos horas de aquí. Cuando nos enteramos de esta posibilidad tomamos un bus y aquí estamos.

Ella tiene que estar cerca del arte. Verlo la entusiasma. Este domingo va a recitar poemas en la plaza. ¿De dónde sos? Venimos de Cotoca. Miro a los ojos a la niña que el domingo se enfrentará al aire de su pueblo para decir poesía. ¿Cuántos años tienes? 12. De nuevo 12. Una mujer me interrumpe. Es quien en el año 96 organizó un taller que dí en La Paz. Ese taller se llamó «Los Totó» y vinieron casi treinta jóvenes y un niño. Un niño, que tal vez tenía 10 u 11 años. Cuando le expliqué a su madre que el único inconveniente era que el niño era muy bajito, le fabricó unos zapatos altos para que a la hora de manipular estuviera a la altura de todos. Raul fue Raulito durante 15 días. Solo volví a saber de él durante la pandemia. Hoy Raul Leaño Martinet vive en Europa y escribe unas crónicas imperdibles. Nos hemos acercado nuevamente e incluso me ha permitido que lo acompañe en el proceso de finalización de escritura de un libro. Estar delante de un hombre que fue un niño y que me recuerda y me respeta es una de las cosas que más valoro en mi vida.  Ahora estoy saliendo de Bolivia. Dos niñas de 12 años se quedarán en esta tierra yo no puedo evitar pensarlas. Ahora soy mucho más sensible al cambio el tiempo produce. Ya soy consciente las maravillas que voy a perderme. Escribo y el fenomeno del sobre cristall que escribió Sol me ha sucedido. Se me han aguado los ojos imaginando que es muy probable que este fin de semana mi sueño me lleve a Cotoca para ver una niña que recita poemas en su plaza.

La plaza de Cotoca

11 comentarios

  1. Hola Sergio, anoche estuve en el teatro CBA, soy de La Paz, te vi en el Socavón de lp el año 92
    31 años esperé a volver a ver tu arte.
    Emoción hasta las lagrimas
    Gracias
    A veces (casi siempre) se nos olvida lo humanos que somos
    Te abrazo
    Pepe

    1. Qué hermosa manera de darle continuidad a la emoción con la que nos enciende y congrega este artista, Pepe. Abrazo.

  2. Hola Sergio, soy Juan, el de los escarbadientes. Te mando un gran abrazo, gracias por todo esto, los viernes.

  3. Que bello relato Sergio. Me emociona leerte. Y me suena despues de leerte esta canción que canta Baglieto. Todavía me emocionan ciertas cosas, todavía creo en mirar a los ojos, todavía tengo en mente cambiar algo, todavia y a Dios gracias todavía. Abrazo grande amigo

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