Escritor, cineasta, actor, director, formador

Un Kilo y Medio de Tierra, de Santiago

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por Sergio Mercurio

Estamos siempre más preparados para transmitir tragedias que alegrías porque las tragedias pueden llegar a generar compasión  y empatía mientras que la alegría genera envidia.

Hay ciertos cosas que no se pueden relatar. Al menos de un modo objetivo. No se pueden transmitir. Pídanle a un niño que explique cómo es serlo. Pídanle a un enamorado que no escriba pavadas. Hay una razón. Estamos siempre más preparados para transmitir tragedias que alegrías porque las tragedias pueden llegar a generar compasión  y empatía mientras que la alegría genera envidia. No se puede andar contando todo lo feliz que uno es sin curarse del mal de ojo. Decía el viejo ciego que a la felicidad hay que guardarla en silencio para que dure. Esta afirmación no puede dejarnos más que tristeza. ¿Será realmente así en todos los casos? Dada esta grave contradicción, esta necesidad de quedarse contento solo, o de agruparse para contar tragedias es que ciertos seres crearon una solución magnífica llamada Santiago del Estero.

Santiago del Estero parece ser un desierto. Y como se sabe, los primeros que se jorobaron por andar en uno de ellos fueron los caballos. Se jorobaron de sed hasta que se transformaron en camellos. Pero Santiago del Estero no tiene camellos ni tiene beduinos. No tiene Oasis tampoco. Tiene, según dicen, un calor inhumano y una vocación al descanso. Y tiene un ser diabólico que  abrió una puerta escondida en el monte. La Salamanca es la salida alternativa que tiene Tupay para tomar un respiro de vivir en el infierno y fíjese que parece que elige Santiago. Fui allí la semana pasada y denuncio que lo del calor es mentira, de hecho volví resfriado. Lo del descanso es mentira. No pude seguirles el tranco, los santiagueños bailan y cantan, bailan y cantan desde que amanecen, hasta que el mundo amanece. Hacen pausas para comer y reírse. Intenté alguna vez seguirles el ritmo pero me fue imposible. No sé si es oportuno llamarlos endiablados pero doy fe, que quebraron el embrujo, son felices juntos

Foto (@lisiavila5) segundo Gran Encuentro de talleristas 2022 . En el frente Jesús Saavedra. En el centro Peque Coria.

Mi retorno a Santiago en menos de dos meses se debió a una actividad organizada por Juan Saavedra y su familia. Al segundo gran encuentro de talleristas llegaron casi 50 bailarines de largas distancias a compartir con uno de los artistas más importantes de nuestro país, si nuestro país se reconociera también más allá de Buenos Aires. 

En mi caso fui preparado a ser alumno. A ser guiado. Durante los 4 días entré al modo Juan Saavedra.  Acompañé su plegaria matutina y, todos los días, en el momento que su voz aguardentosa decía la palabra “conexión”, estábamos con las piernas flexionadas y con las manos como raíces apuntando al centro de la tierra, allí, algo en mi se activaba. Para el momento que íbamos levantando las manos al sol y agradecíamos a nuestro padre y a nuestra madre me iba emocionando. Después me iba acercando a él, como todos, porque él nos llamaba para hablarnos de cerca y empezar a favorecer la fiesta. Las chacareras, a la mañana, en el monte, cuando amanece, y cuando está Juan Saavedra son perfectas. Yo he visto la cara de los que bailábamos y vi que esa era una posibilidad de la alegría. Para quienes son bailarines estar cerca de Juan es una motivación y un aprendizaje, por su trayectoria, por su didáctica, por su simpleza y su profundidad, pero para quienes no lo somos es algo más potente.Ir a encontrarse con Juan Saavedra es no poder volver, sin él. Se te queda. Don Juan se te queda, tiene una potencia inusitada. Una claridad para llevar un grupo. Una atención y una gracia inusitada. Te vas a reír con Juan, vas a aprender, vas a conocer, vas a emocionarte y por supuesto vas a bailar sin miedo a la envidia.

A lo largo de mi trayectoria, el camino me ha llevado a conocer ciertas intensidades reunidas en algunos seres. Cesar Brie, Efigenia Rollin, y Juan Saavedra componen quizás mis elegidos. El primero me mostró la posibilidad de ser artista de sol a sol, con la noche incluída. Él me favoreció para que me encuentre. El tiempo que pasamos juntos fue quizás el de más intensidad creativa en mi vida. Era joven e incorporé de Cesar el trabajo incesante. Fue allí y con él, donde me permití llamar a mi artista y esperarlo. Conocer a Efigenia Rollin quien hoy cumple 91 años, acompañarla durante un mes, conocer su mundo interno, su historia, filmarla y hacer su película fue una de las sorpresas más extraordinarias que me ofreció el viaje. (ver película) Fue la confirmación que la sabiduría no prefiere la escuela. Fue el  ejemplo vivo, de una decisión definitiva, conectarse con lo simple, crear y elevarse. Juan Saavedra ha venido en el momento que el tiempo ha empezado a golpearme y hacerme dudar, donde la pandemia me dejó lleno de nuevas preguntas. Juan Saavedra llegó cuando el conocimiento me estaba volviendo cínico. Cuando la envidia me empezaba a carcomer. Cuando todo el tiempo me comparaba  y donde mi ego reclamaba más atención de todos y todo el tiempo.  Conocí a Juan cuando hacía dos años no conseguía subir a un escenario. La primer presentación pública que hice fue en su patio. Golpeé la tierra de su casa, cantando el tango “Tinta Roja”. El profesor cantó “paredón” varias veces y los que allí estuvieron lo recuerdan. Cuando estuve en el patio de Juan Saavedra, me sentí de nuevo en el Teatro de los Andes. Me sentí contenido. Me expresé y sé que mi connatus volvió a activarse. Estos últimos cuatro días me han reconfortado. Estoy feliz y lo estoy contando.

Juan Saavedra, dando su plegaria mientras se calientan los bombos

Volví de Santiago y desde ese día no he dejado de volver a ciertos momentos, a emociones, a encuentros, a oír o cantar una chacarera. Hoy mismo, de hecho, he salido a la puerta de mi casa y le he abierto los brazos al sol agradeciendo. Estaba convencido que nadie iba a verlo debido a la existencia de sus celulares. El taller con Juan ha terminado. Pero sigue. Son tantas las cosas que quiero compartir que me encuentro en ese límite sinuoso de la babosada a la pavada. Sin embargo voy a arriesgar algo. Una tarde, mientras veía a Jesús Saavedra bailar, mis ojos lo desenfocaron y vi los mistoles, bajos y espinosos, vi el cielo levemente azul, casi aguado, y  dos o tres nubes en su techo. No había más sonido que el de ciertos pájaros, Jesús bailaba, golpeaba la tierra y ella respondía a su llamado dejándolo flotando con una belleza que solo una vez en mi vida vi y fue viendo a su padre. Una emoción tomó cuenta de mi piel. Una humildad. Una sabiduría. Un recuerdo. Yo había perdido fronteras. Había perdido mi país viajando. Me había perdido Santiago. Recuerdo que en cierto momento de la historia un presidente osó decir que quería trasladar la capital. Los porteños se negaron. Y lo lograron nuevamente. Volvieron a ser el centro. Yo perdí el país Argentina hace un par de mundiales. Mientras agachaba la cabeza llorando de emoción por ver a este joven bailando en este monte algo en mi dijo “Aquí es, este es tu país, y si no lo es; es posible que seas santiagueño.

Ser santiagueño es un camino. Lo esta diciendo mi piel. Lo siento. Esto no es apenas un lugar, es un universo. Recuerdo la plegaria de Juan. “Lo que deseo para mí, lo deseo para todos.”

Yo hoy les deseo a todos, Santiago del Estero.

Al volver a mi patio me vi bailando futuras chacareras. Entonces recordé el momento en que, regresando,  casi debo pagar sobrepeso porque me explicaron que mi mochila estaba excedida. Dije yo que eso era imposible, habida cuenta que con lo que fui había vuelto. La funcionaria tenía razón. Lo entendí ahora. Al abrir la mochila pude ver. Toda mi ropa, mi carpa, mi bolsa de dormir, estaban llenas de tierra. Sacudí mis cosas en mi patio para que la tierra de Santiago llegue a mi casa. Esa tierra pobre, india, mestiza, caliente, musical, encantada.  Se hizo un montecito. Un pequeño Santiago. Tiré un kilo y medio de esa tierra en mi patio.  Y me quedé observando si por acaso  el coyuyo venia a enfrentar al zorzal, si el ciruelo mutaba a algarrobo y si la pobreza, esa pobreza solo de hambre, la santiagueña, una que no conocí nunca, se hacía canción y si yo, aun en mi patio, lejos de Santiago, pero con un kilo y medio de su tierra, volvía a erizarme en piel  y a conectarme conmigo alegremente, como en chacarera.

18 respuestas

  1. Buen dia..que alegria todis los reencuentros..que alegria la alegria. La chacarera negra e indigena..ese.pulso que llevamos aunque no lo sepamos es toda vida. Gracias

  2. Hermoso lo que describis, Sergio. Bailar aferrandose y soltandose de la tierra es una forma de felicidad. Ahí la envidia no llega, nadie puede reproducir ese instante igual. Te abrazo.

  3. Querido Sergio: qué bella escritura. Ante todo. Escritura llevada por la emoción.
    Sé de lo que hablás, porque me lo estás contando. Pero no sé si te conté que cuando nos casamos con Cris fuimos de viaje a la casa de su abuela, en Villa Robles, donde no había luz eléctrica y se llegaba por un camino polvoriento en sulki. Fueron días extraordinarios. Lo sé.
    No conozco a Juan Saavedra y ni siquiera lo conocía antes de que vos me lo nombraras. Sé de la sabiduría de llegar a una edad en que se sabe todo, y la maravilla de que esos seres lo puedan compartir.
    Vos lo estás haciendo. Voy a Santiago. Ese también es mi país.

    1. Amigo mio, maestro alumno hermano. Estoy aqui respondiendo mientras me seco las lágrimas por las emociones que me a dado leer tus tres últimas oraciones. Vamos a Santiago.

  4. Que hermoso texto!!! !!Muchísimas gracias por compartir tu experiencia!!!

  5. Que belo, quero compartir que senti uma experiencia semelhante na semana de exercicios de bailar en tu taller A Seriedade del humor. O samba da minha terra deixa a gente mole quando se toca todo mundo bole. Gracias Hermano

  6. Impecable! Esa sensibilidad con la que relatas Sergio, admirable, me identifica, comparto tu visión. En Santiago quedó un pedacito de mi corazón! Abrazo largo

  7. Hermosa experiencia compartida, cuánta riqueza de sentimientos te permites. Como siempre disfruté al leerte y quedo con el deseo de ir a Santiago… iré algún día.

  8. Ahy Santiago del estero viaje de ida…..Sergio querido Juan Saavedra fue el primer bailarín en mi vida que me hizo vibrar…..allá por 2003……y tantos otros bailarines y músicos que salen de entre las empanadas por aquellas tierras……hice un surco por la ruta 34 ya de tanto ir y venir……a dedo, camino es, trenes, autos, colectivo. Me faltó a caballo. Así es la tierra cuando está viva te hace zapatera…que lindo que hayas estado ahí…….la próxima pasame a buscar por Lucio V. López y vamos juntos. Queda de paso.

    Vos sos de esos que te clavan la flecha en el corazón también. De hecho no me dejas hacer otra vez el retiro taller 🤣🤣🤣

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