Escritor, cineasta, actor, director, formador

VERBORREA Sergio Mercurio de la A a la Z

por Sergio Mercurio

por Sergio Mercurio

foto portadaLucía Camerati

 

Saber que viene, aun para despedirse, nos llena de alegría y también de tristeza, claro. Viene con su niño y anciano a la vez, sueña y nos muestra historias, es la sombra de sus personajes. Se enamoró de Bolivia, de Yotala; es el embajador de Banfield, viaja y no para de viajar. Es el representante de su títere Bobi, ese choco que muy pronto quedará guardado en una maleta. Abriremos por última vez esa maleta, la del Titiritero de Banfield, de Sergio Mercurio, y hoy aprovechamos para rebuscar palabras, como si fueran cachivaches, telas, espumas, material para construir mundos. 

Adultos.–  Como algunos saben, los capricornianos nacemos viejos. Es gracias al paso del tiempo que vamos rejuveneciendo. En el único momento que la edad más o menos coincide con el resto de la humanidad es en la adultez. Yo empecé a hacer espectáculos para adultos siendo joven. Ahora dejo de lado porque estoy por nacer de nuevo y realmente estoy sintiendo que tengo que empezar de nuevo.

 

Bobi.– Fue el capitán de mi viaje, de mi guerra sin muertos, el Capitán de espuma. Yo fui detrás de él, gané fama de rebote, como cualquier  coprotagonista, por haber estado al lado, por haberlo visto todo de al lado. Tengo una real perspectiva de su jornada. Lo vi hacer reír, llorar, enamorar. Un día, un brasileño me dijo: Llegará el día que Banfield  ajuste cuentas y  haga una estatua en la plaza para recordar a su hijo predilecto. Será la estatua de Bobi y algo borroso detrás. 

Camino.– Hace 30 años hice un camino de noche por la sierra cordobesa con un amigo. Caminé 25 kilómetros por un camino que no conocíamos y que salía de un pueblo para llegar a otro. Al llegar al destino, totalmente mojado, me bajó entero el texto final de mi obra En camino. Sentí que haber hecho apenas un camino me había dado la experiencia de todos. La certeza de que todos los caminos conducen a ningún lado.

Despedida.– Quien escuchó el texto recién hecho fue el escritor Moisés Carol, quien me aseguró que hay gente que piensa que son fáciles las despedidas. Yo digo que a los que piensan eso, que se despidan. Estoy despidiendo al Titiritero de Banfield en diferentes países de América. Guatemala, Uruguay y Brasil ya pasaron, Bolivia es el cuarto.  Tengo una sensación muy placentera. Realmente no quiero mentir mi sensación. Algunos amigos dicen que me agarrará una depresión galopante. No lo sé.  Una vez vi una película, que nunca pude saber cómo se llamaba, sobre un hombre que cuidaba osos. Al final, Kirk Douglas se tira a un precipicio porque elige morir. Elegir el momento para morir es un cosa de la que aún poco se habla en nuestra sociedad. No estamos preparados para ello. Estamos preparados para irnos muriendo de a poco. Bueno, yo he tomado esta decisión con el Titiritero de Banfield.  Voy a matarlo antes que muera.  Matarlo, curiosamente, no es dejarlo morir.

 

Espuma.– A veces me preguntaban cómo hacía yo para improvisar, entonces traté de ejemplificar lo que era. Y se me ocurrió que improvisar era agarrar la espuma. Lo que creé en mi trabajo de dramaturgia abierta, donde el público interviene y modifica lo que sucede, fue trabajar con la espuma. Tratar de asir lo efímero. Agarré la espuma con muñecos de espuma. En el trabajo que hice el público es una ola que viene a mi playa. Desde la arena veo la ola, intervengo ahí y brilla. La espuma brilla. Hay espectáculos que son recordados por sus olas, los míos a veces fueron recordados por la espuma.

 

Filósofo.–  Conocí a Spinoza en una charla, en una casa de un pueblo en la zona yerbatera de Argentina, en Oberá.  Darío, profesor de filosofía, citó al holandés comentándome que Benedictus había escrito que  Dios era toda la naturaleza, Deus sive Natura. El bien y el mal juntos, las sillas en la que nos sentábamos, la letra que da voz a los que escribo, el papel de un diario, la mala interpretación de mis palabras. Todo es Dios. Cuando conocí el Dios de Spinoza, hacía tiempo ya que yo andaba con necesidad de un Dios, como ese.

 

Garrafa.– Fue una de las cosas que hice por mi lugar, hice la película sobre José Luis Sánchez, y aprendí varias cosas. Llené la cancha de Banfield y aporté al imaginario de mi lugar, del fútbol argentino, dando voz e imagen a un maravilloso perdedor. Luego aprendí lo obvio. Nadie es profeta en su tierra.

Hermano.– Aprendí a decir “hermano” en Bolivia. Le sumé el “che”, porque lo traía pegado. Desde ese momento “che, hermano”,  es una conjunción perfecta. “Che” quiere decir gente y “hermano”, todos sabemos. He tratado de considerar a los demás de esa manera, incluso me ha costado no entenderlo así, cuando me preparan la horca.  Supongo que  son las consecuencias de Spinoza.

Italiano.– El año pasado fui a trabajar a Italia para además encontrar la historia de mi tatarabuelo, un hombre que había dejado embarcar a una mujer joven con tres hijos con destino americano. En mi familia sospechaban que era un atorrante. Fui hasta su pequeño pueblo de montaña a presentarme para la comunidad y buscar sus huellas. El 26 de julio me presenté. Recorrí todos los pueblos de la comuna para tener una noticia hasta descubrir que era zapatero. En un momento mi amigo Fiore me dijo que podría haber muerto y que, por eso, mi tatarabuela tuvo que migrar de la miseria de la Italia del comienzo de 1900. La mujer del registro civil me dijo que no podría ayudarme con las actas de muerte. Cuando terminé mi presentación en Laurito, le dediqué a él también mi espectáculo.  Entre el público descendió la responsable del registro civil y me extendió el acta de muerte de mi tatarabuelo. No pude  parar de llorar, mi tatarabuelo había muerto allí hacía exactamente 120 años, el 26 de julio de 1898. 

 

Juego.– Digo que esto es un juego. Suelo decirlo, pero me cuesta cumplir con mi palabra. De pronto me veo muy serio, muy especulativo, muy preocupado por ganar.

 

Loco.– Huidobro dijo que cometía locuras una vez por año, al menos, con la intención de no volverse loco. Yo sigo el consejo.

México.–  Hice un viaje de 12 años con ese destino. Se llamó De Banfield a México. Hice un espectáculo y un libro en tercera edición. México es el lugar que menos conozco de América,  el único que no recorrí,  del que sé muy poco. Fue el final de mi viaje, y en ese sentido mi experiencia da fundamentos al dicho que la meta es el camino.

 

Narrar.– Es la razón de mi vida. Vivir para narrar, de la manera que sea, sin importarme el qué dirán. Inventando los modos. Quiero narrar en teatro, en cine, en literatura, en dibujo, en lo que sea. Mi asunto es narrar. 

Objeto.–  El único objeto perfecto es el libro. Lo demás va a desaparecer o modificarse.

Pavadas.– Las pavadas son la única cosa importante que se puede valorar en la amistad, para el resto existe el dinero.

Risa.– Cuando viene, abre las puertas. El problema es que el poder la sabe usar más que nadie. 

Sergio (Mercurio).–  Es mi nuevo nombre, en Bolivia. La mayoría de las personas que conozco me llaman Banfield. De aquí en adelante soy Sergio.

Títeres.– Respeto  sólo un tipo de títeres, aquellos que  saben que no están vivos, aquellos que hablan de la vida desde su casi muerte. Aquellos que vienen a darnos visiones nuevas. Respeto a los titiriteros que sienten eso, que saben que lo que tienen en las manos no les pertenece. Los que toman títeres para moverlos y manipularnos sin sentirse canales de lo desconocido no me producen ninguna empatía. 

 

Único.– En el final de la ética, Spinoza habla de lo raro de lo excelso. Yo he encontrado seres únicos en mi vida. Una es Efigenia, la reina del papel de caramelo de quien hice mi primera película junto a mi amigo Juan Pablo Urioste.  Otro único fue Garrafa, el máximo líder de tres clubes diferentes.  Los únicos vienen a traernos buenas noticias.

Viajar.– Cuando el miedo era más cercano, temblaba y seguía. No podría viajar más, mi miedo ha crecido demasiado. Soy parte de un grupo de seres que viajaron  hace 30 años. Nunca puse en riesgo mi vida al hacerlo. Viajar fue no saber. Una aventura suave. Hoy los viajeros arriesgan su vida en botes, tienen hambre igual que la que tuvieron mi tatarabuela y sus hijos. Hoy la sociedad moderna, mezquina e idiota como en pocos momentos, prefiere que se mueran en el intento. Los bobos no saben que están matando su propia historia. Les falta un Dios como el de Spinoza.

 

Yotala.– Allí llegué a fronteras que no sabía. El Teatro de los Andes del 92 fue mi primer paraíso. Ahí encontré esa ciudad invisible. A veces vuelvo a Yotala, a la potencia que me dio estar con esas gentes, mis primeros hermanos.

Veje(Z).– Allí voy, estoy llegando. El juego continúa. Continuará.
 

 

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