Escritor, cineasta, actor, director, formador

Fuerza mayor

por Sergio Mercurio

por Sergio Mercurio

Por Sergio Mercurio

Si a la cuenta de tres no podés decir el nombre de un patán, puede que lo seas

Nunca lo vi jugar al fútbol, pero si mi familia se enfrentara a otra por cuestiones romeoyjulietescas y me tocara ser el técnico, lo pondría de 2 con la seguridad que al que entre al área terminará acuchillado; con la certeza de que si alguien nos refriega un gol, él le romperá la cara de una trompada, o le reventará la cabeza con una botella de wiski. Mi tío Carlos era alguien para utilizar en caso de fuerza mayor. Estimo que más allá de ser flaco no le importaría si el que avanza con la pelota fuera un elefante.

Me acuerdo que de chico tenía cierta admiración por él porque tenía bigote. Uno tupido. Si lo pienso ahora, hay que admitir que tenía un bigote medio de cana. Mala mía, lo que sí es inmutable con el tiempo es que poseía un apellido fantástico: “Maclennan”. En los domingos que me despertaba temprano y no había en la tele más que carreras de auto, veía que los Maclaren corrían y estaba seguro que eran parientes de mi tío. A nivel automovilístico no sé a cuanto llegó pisando el acelerador siendo taxista. Yo no lo conocí mucho porque vivía en Ushuaia, las pocas veces que lo visité manipulaba peces en un estanque. Trabajaba en un lugar impronunciable. El momento que realmente pude tratarlo fue allá por el 2000, cuando fui a probar suerte con mi trabajo al fin del mundo y de paso estar más con la parte de la familia que habia elegido el frio. Logré presentarme regularmente en un bar, mi tío se sentaba en la barra y desde ahí se reía y aplaudía pero sobre todo controlaba.

Si alguno iba al bar solamente a tomar algo y divertirse el empezaba su gesta y había dos caminos posibles, se iban o se callaban. Eso generó en mi una duda, nunca tuve claro si se reían porque mi tío les pedía o porque realmente les gustaba lo que yo hacía. Lo importante es que mientras el intervino sucedió. Como yo me hospedaba en su casa, a la vuelta del bar, a veces me esperaba y me preguntaba como me había ido. Era absolutamente práctico, me preguntaba si yo había ganado lo que esperaba. No me preguntaba cuánto, solo quería saber si yo estaba conforme.

Las veces que me mostré descontento vi esa transformación, ahí me di cuenta que no era, ni alto ni grandote pero cuando se enfurecía iba creciendo y mientras los gritos lo transformaban decía que en ese pueblo, usaba esa palabra, todos eran unos ignorantes de mierda, que no entendían nada, que eran todos unos hijos de puta y que la cultura no era para esa manga de centollas, que a los que manejaban la cultura había que ahogarlos en el Fagnano, que yo tenía que irme lo antes posible, ahí no importaba lo que yo dijera porque no había retorno, y terminaba pateando cosas y yo tenía que calmarlo. A la hora bajaba un poco, se clavaba un wiski y se iba a dormir dejándome la tele y el sillón que el usaba para putear a los porteños para que yo me deje ir durmiendo.

A mi tío Carlos de repente le empezaron a decir Patán. En términos linguisticos el apodo era exacto. Un patán es un aldeano, un rústico. Pero no era por eso, mis primos le pusieron Patán porque era una copia exacta del perro de Pierre Nodoyuna. El citado era un personaje de dibujo animado, algo francés en su habla, un tipo que se proponía ganar una carrera de autos a base de hacer trampa. En su apellido estaba inscripta su mala suerte, todo lo que planeara le salía mal. Cuando yo era niño, veía la carrera de los autos locos siempre porque tenía algo que no tenía ninguna serie animada de esos tiempos, nadie sabía quien ganaría la competencia, lo único que se repetía era que Pierre Nodoyuna siempre a último momento iba a caer en su propia trampa y a pocos metros de la meta el coche se le iba a quebrar o quedar sin agua o nafta o pinchar una rueda entonces ni empujando iba a ganar la carrera, ahí recurría a Patán, su perro para que lo ayude pero el can al verlo nuevamente perder se reía. Se reía con los dientes apretados, haciendo un sonido rarísimo y se le movía todo el cuerpo. Y no había error, mi tío se reía así. Era igual a Patán. Y la coincidencia era que se reía cuando alguna maldad no funcionaba. Mi tío Patán estaba casi siempre, delante del televisor, viendo partidos, y programas de fútbol, con la mano en la oreja fruto de su sordera y festejando todos los errores y torpezas que River hiciera tratando de ganarle a Boca. Pero si por alguna razón Boca perdía se peleaba con los arbitros, los relatores y sobre todo los conductores. Cómo no escuchaba del todo bien el nombre de los conductores le ponía otros. En algún momento llegamos a ponerle el nombre con el que el llamaba a uno de ellos. El nunca entendió el chiste porque si lo cargabas se oscurecía y no escuchaba más razones.

Ese era el Patán de mi familia.

Toda familia tiene un Patán, todo país, todo municipio, todo país. Son los que disfrutan que a los otros les vaya mal. Son los que esperan que alguién logre algo para arrebatárselo. Sea esto un trabajo, una familia, la tranquilidad o cierta alegría. Visto de este modo llama la atención que un ladrón no sea un patán, pero existen. La expectativa de acabar con los ladrones creo una fuerza pública o privada que de tanto contactar con patanes se han tornado una versión mejorada de lo que atacan. La política; la respuesta civilazada al desorden social al caos; se ha transformado lentamente en el recinto de los patanes. Y así cada uno de los lugares donde la sociedad coloca un rubro es lentamente tomado por patanes. La situación no es tan drástica y existe un resabio de esperanza, unas pocas labores dónde es muy dificil sobrevivir siendo un patán, ser dentista o gasista son dos ejemplos. La política es un caldo de cultivo. Da lo mismo con la justicia, la salud pública o la educación, los patanes se van apoderando de aquello que a priori parece imposible. Lo logran y se ríen. El retroceso de Dios y el declinio de la trascendencia, la certeza de que no habrá castigo ni humano ni divino les ha entregado la exclusividad del tiempo a los patanes. No importa cuanto ni como lo intentes, además de los aprendices de patán que entorpecen porque se aburrirían o porque creen que esa es su labor o porque al hacerlo se benefician o por el simple hecho de que se te haga dificil lo que ellos ni siquiera intentaron, disfrutan que te vaya mal.

No hay refugio posible, lo recomendable para sobrevivir a este tiempo es tener un patán en la familia, un patán confiable. Esta es la vida real, solo en los dibujos animados Pierrenodoyuna pierde. En la vida real Patán gana y se ríe porque ganó haciendo trampa. Para los patanes de alcurnia, desde el comienzo de los tiempos, se les ha reservado lugares de cierto privilegio, ¿qué es sino un Rey? Este tiempo es novedoso en el sentido que los patanes vienen ocupando sitios de lo más insólitos como por ejemplo la cultura. En este contexto algo tan inútil como la cultura ofrece les ofrece la holgura de las deshoras. Allí se regodean y se ríen sin vergüenza. Jesús los cagaría a latigazos.

Hasta aquí llego con mi homilía, hasta aquí llego con mis mejillas, este tiempo urge convocar a una fuerza mayor. Hay gente que cotidiamente pide que vuelva un muerto para volver a verlo, yo le pido al destino que mi tío vuelva, que Patán vuelva de la muerte un rato, quiero decirle con todas las de las letras que no estoy conforme, que ahora sí no estoy para nada conforme y que quiero que me ayude para hacer una cosa ya que ya solo no puedo. No puedo trabar el volante, y el acelerador de un camión cisterna lleno de mierda y direccionarlo para que reviente en la secretaria de cultura de Lomas de Zamora justo el día que los ñoquis son convocados por su reicito a que lo aplaudan, quiero que la mierda les bañe, que tenga la duda, estoy seguro que alguno pensará que es dulce de leche, el único capaz de acompañarme en esa travesía es mi tío Carlos. Echarlos a latigazos con Jesús a un lado no me daría ese tipo de alegría, necesito un Patán. Yo sé que cuando el camión titubee subiendo la vereda cuando la rueda supere el obstáculo, va a agarrarme fuerte del brazo y va a empezar a reírse, sé que temblara de risa cuando se hagan a un lado, se que no le molestará para nada todo el desastre, porque estaremos riendo de que le vaya mal a los malos. Sé que vamos a salir caminando y me dirá que soy un patán mucho peor que él por haber planeado eso. Y sé que estará igual de contento que yo, y no le molestará que sigan gobernando. Al despedirse le diré que tomaré la posta y haré lo posible para que me pongan ese apodo-

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