Escritor, cineasta, actor, director, formador

Villa Bosch (Menos que mil palabras 3)

por Sergio Mercurio

por Sergio Mercurio

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Al principio, quiero desentrañar si se ve el calor. Lo dudo. Ese hueco gris en la parte superior izquierda de la foto, en la realidad, ardía. Y no se ve. En la foto no hay indicios de calor. Sugiero aquí una hipótesis: las fotos no registran el calor imperante. Por lo tanto, me apresuro a sentenciar que el calor no se ve, sobre todo en esta foto no se ve. En el caso de que ya se haya reparado este pronóstico tendencioso, se podría señalar entonces que esta no es una buena foto. Digo todo esto porque yo estaba allí y hacía mucho calor y ya hay un factor determinante que ha sido obviado. Si somos minuciosos, veremos que hay otro hueco. En este caso, es un hombre ahuecado en su sonrisa. Es decir, al reírse muestra una falta. Se ríe para otro lado y no sabemos si es su forma de reírse, o si es un gesto habitual que insiste en buscar cómplices más allá de sí mismo. El hombre ahuecado en su sonrisa es quizás la señal más clara de que, con él, hay otros que están en su misma situación. Ríen. No sabemos nada de la cantidad de dientes que poseen. A vista de buen cubero arriesgo que hay más de cien personas y hay que asirse a los datos; son hombres. Hombres jóvenes en su mayoría. Las únicas mujeres están casi salidas de la foto, al margen, mirando de lejos lo que está sucediendo al borde de la gradería donde hay un tipo que sostiene un muñeco, lo que el muñeco sostiene, a su vez, parece causar gracia a los que lo miran. Es decir, es el muñeco el centro de atención de la gran mayoría de los sentados, incluso de los que están sentados en el piso.

El tipo con el muñeco está a un paso de una línea que permite adivinar el resto. Es decir, están en una cancha deportiva, en el gimnasio de un lugar caluroso. Por más que tengamos una lupa, no hay manera de desentrañar lo que dicen los carteles, que están más allá de las chapas que tapan la gradería, pero cualquiera puede estimar que es un kiosco de venta de bebidas. Típica tienda de los lugares como este, donde la gente es simple, el color de su piel está influenciado por el sol, el pelo es espeso y corto, calzan pantalones bermudas, a veces van descalzos o con sandalias y tienen gorro con visera.

Lo que esconde esta foto puede, no obstante, adivinarse haciendo foco en el centro de la misma. En el centro de la foto, en la gradería hay un joven de pantalón bermudas blanco y remera celeste, el muchacho está mirando para abajo como ido, puede ser un síntoma de vergüenza. Al lado de él hay también otro muchacho que no está prestando atención o está tratando de escapar. Y es justo aquí donde quiero detenerme. Si no fuera por esos dos jóvenes que están escapando, parece ser que el resto está ahí a gusto.

Pero esto último es falso y es por estar ahí que puedo decirlo, es por haber estado ahí que me importa escribir esto, porque en menos de mil palabras puedo mejorar la imagen. Recortarla, moverla, resaltarla, transformarla y aclararla. No se ve en la foto que ese lugar es en el Amazonas, no se ve en la foto la circunstancia que llevó a las personas a ese espacio donde están, y seguirán estando, si bien puede uno advertir un mismo aspecto: los que están allí no son allí nacidos, no trabajan allí tampoco, salvo unos pocos entre los cuales está un muchacho que se llama Fredi, que ha hecho una mesa con madera fuerte del Amazonas, para que el tipo del muñeco la use en sus espectáculos. Por esa amplitud inabarcable de la región amazónica se puede afirmar que casi todos son de allí, aunque la mayoría son bolivianos, una gran parte de brasileros y al menos un paraguayo que ha dicho algo íntimo al tipo del muñeco y hay también dos argentinos. Si se presta atención, se puede ver que hay una beba sentada en la parte superior de la gradería, tal vez en la falda de su padre. Me urge entonces finalizar este relato diciendo que mientras en este instante fotografiado la mayoría parece estar riendo, dos están escapando y quiero creer en mi soberbia que es riendo que todos están escapando juntos. No creo que esta foto y este relato lleguen a las manos de aquellas personas que levantan la voz para esgrimir esa solución empinada que señala que los ladrones deben pudrirse en la cárcel. De todos modos, me importa señalar que esta foto contribuye a afirmar esa premisa de que las personas del tipo de los que se ven aquí son siempre mucho más plausibles de pudrirse en estos sitios que cualquier otra persona, son los que en su eterna ignorancia se dejan atrapar fácilmente, así como han sido ahora atrapados por un muñeco. Son los del tipo que creen que trasladando una bolsa de algo que no deben preguntar pueden cambiar su destino de miseria por un futuro próspero. Son en su mayoría inocentes de sabiduría y culpables de ignorancia. Y es por esto último que los veredictos no han sido ni siquiera discutidos y están ahí sentados como si eso fuera su pueblo, ese su tiempo y esa su alegría. Cosas que sí están registradas en la foto.

Más allá de que el adjetivo que suaviza el lugar donde se encuentran sea “Modelo”, todos están presos y los que los reúne allí, como he escrito, es el hecho de haber sido atrapados. Y por ende estar penando. De ahí el cartel de ingreso en esa especie de pequeña torre con garita. La parte de afuera de ese lugar tiene un cartel que dice Penitenciaría Modelo “Villa Bosch” y más abajo Cobija, Pando. No se aclara modelo de qué.

 

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