Escritor, cineasta, actor, director, formador

La Sonrisa de Kumar

por Sergio Mercurio

por Sergio Mercurio

Los acontecimientos se juntan.  Son casi simultáneos, por un lado el director del festival me dice que no voy a trabajar. Hace unos días me lo crucé y me anticipó que tenía problemas con las ciudades, me dijo que por ahí de las 3 me quedaba una. Todo en una frase. En ningún momento me pidió charlar, tratar de encontrar una solución amigable teniendo en cuenta que atravesé el atlántico y me quedé 20 días más para trabajar en su festival. Por otro lado estoy tocando la guitarra con Klemente y Karin cuando entran dos seres. Hablan en inglés, sacan fotos. O filman. Uno es un joven. El otro tiene mi edad pero otra cultura. Pantalones marrones y camisa adornando su panza. Sonríe y los dientes muestran una  curvatura sutil que registré desde siempre en los dientes de mi madre. Tiene el pelo negro, ojos intensos, una nariz aguileña y la piel oscura. Hablan en ingles. Cuando se van, Klemente nos cuenta que mañana vienen a cocinar. Pasa un día y dos cosas que no involucran dinero suceden simultáneamente, el director cancela totalmente mis presentaciones en su festival, pero me invita a quedarme y comer y por el otro lado Klemente organiza un festival de comida.

Me ha tocado sentarme al lado del pakistaní que entró el otro día y que ha traído la comida para compartir.  Esta vestido igual. Yo sigo sin entender una palabra de inglés. Pero hace rato que nos reímos. Entendí algunas cosas. En Pakistan no hay agua, no hay fábricas de guitarras, los instrumentos de cuerdas se hacen a mano, se juega al criket y al futbol por partes iguales y toda la comida tiene piripiri. Él no puede decir mi nombre y yo tampoco puedo decir el de él. Me suena Okumar. 

A la comida del pakistaní llegan 15 niños-jóvenes de Timor del Este que Klemente encontró no sé dónde. Después de comer hacemos por primera vez un ensayo en que somos más de veinte. Chamadarte va a poder participar en las marchas de la ciudad de Beja. La música ya la grabaron con Rosi incluída.  Klemente pintó todos los bidones y Alfa coció los trajes que sirvieron para el espectáculo de los esclavos, solo que le agregó una tira de capulana para que parezcan más bonitos. En el festival de teatro  los grupos de los diferentes países llegan, se reúnen al almuerzo deben ser casi cincuenta personas.

Voy reencontrándome con gente que conozco y otros que me preguntan el día de mi presentación. No entro en detalles. Les confirmo que voy a presentarme en esa misma noche y paralelamente al festival en la marcha de la ciudad con una asociación cultural que reúne migrantes.

En la marcha voy finalmente a entender que el pakistaní, se llama Kumar. ¿Cuales serán los paisajes que trae? Kumar tiene como siempre un pantalón de lino marrón, zapatos negros y una camisa. Cuando Klemente le dió un sombrero de paja de color verde yo pensé que iba a salir corriendo. Pero no fue así. Está aquí. Verlo junto a nosotros es viajar.  Viajar no es sacar fotos y comprar regalos, viajar no es presentarse en un festival de teatro y aparentar que todos nos caen bien. Esto era viajar. No era acumular cosas, dinero,, por ejemplo, era guardar acontecimientos y caras de personas, sentimientos. ¿Tendremos cosas en común los que aquí marchamos?  ¿Tendré acaso más cosas en común con los que participan en el festival de teatro? La respuesta es obvia, es aquí que debía estar. Los que están en el festival pueden trabajar de algo parecido a lo que yo hago. Pero no sentimos igual. No importan los motivos. Los espectáculos del festival son para ellos mismos. Sin público. El público de la ciudad está aquí. En la marcha. A lo largo de 200 metros la gente se apila en las vallas.  Soy parte de un caleidoscopio.  Han comenzado a desfilar hace dos horas, entonces nos piden que nos encolumnemos. Nuestro vestuario es todo lo contrario de lo que usaron los anteriores. Los que pasaron antes tienen lujo y esplendor, colorido. Nuestros trajes de arpillera marrón, y sombreros verdes de paja no brillan. Tenemos cargados bidones blancos que en un momento serán tambores. Los altavoces nos dan la bienvenida. Entonces aparece un error que va a conmoverme. “Bienvenida la cultura de África a nuestra marcha”.  Es un error porque hemos hecho la cuenta y somos de diez países diferentes, la mayoría son del sudeste asiático.  Arrancamos. Voy a tener mis cinco minutos de africano.Trato de no olvidar nada de lo que estoy viviendo. 

En un momento la letra dice, “Nuestra marcha es unión, somos raíz y tronco de la misma tierra”, en ese momento formamos un círculo y vamos hacia dentro. Mi cerebro guarda fotografías; son los rostros de los que están conmigo, esos niños jóvenes de Timor Oriental que están hace seis meses esperando un papel que se transforme en pasaporte; ellos se han olvidado de su espera y sonríen, saco una foto de Rosi, feliz, saco fotos de los tres portugueses que no se incomodan de ser llamados africanos, uno de ellos es un militar. Sí, Luis es militar de la aviación, es un portugués del norte que encontró su lugar en la asociación de Klemente y cuando sale del trabajo suele estar aquí. Saco las fotos de los verdaderos africanos, pero no puedo dejar de detenerme en el pakistaní. Es el único que está solo. No tiene un amigo o un conocido simplemente pasó la puerta antes de ayer y se quedó. Antes de salir me he sentado en el bidón que va a cargar y se lo he aplastado, entre risas me hizo entender que podía hacerme un masaje para energizarme. Al vernos, todos lo llaman y se encarga uno por uno de masajearlos sin que jamás se le borre la sonrisa. En los ensayos ya había visto la sonrisa de Kumar. Klemente pensó que no iba a animarse a venir, pero está aquí y tiene el rostro del lisiado que vuelve a caminar.  Su rostro tiene la felicidad de estar pudiendo hacer algo imposible. Yo he visto ya cientos de personas felices aplaudiéndome, eso no me es lejano. Para mi la novedad es estar aquí con esta felicidad de los simples. Los chicos de Timor me dan alegría, pero la felicidad es ver a Kumar tocando un bidón y bailando detrás y entre los africanos. Igual que yo. 

Terminamos de pasar. Nos han festejado. Las luces se atenuan y las vallas explican que el desfile ha terminado, más allá hay un árbol. Los que vienen detrás de mí se abrazan. Yo estuve haciendo eso pero una emoción me ha descuidado, necesito estar solo. Me acercó a un árbol que está inmune a la oscuridad y sin que nadie me vea comienzo a llorar. Aprovecho la música para descargar un llanto. Estoy agradecido. Esta gente simple me ha conmovido.  

Hace unos día me habían cancelado todo el trabajo. Cosas así me han pasado otras veces. Ya sé lo que es que te agarre la policía y te eche, Ya sé lo que es que te denuncien tus colegas, Ya sé lo que es la envidia, pero es la primera vez que me han cancelado el trabajo de este modo. Como si nada. Me lo han dicho de la misma manera que alguien te dice que se te cayó un papelito. Me lo han dicho así nomás. El tiempo me sigue enseñando cosas que no aprendo. Por eso debo escribir. Mientras lloro en el final del desfile, es como si estuviera  abriendo el papelito y leyendo.

El papelito que me indicó el director del festival que se me había caído decía: 

Este no es tu camino. Cuando menos tiempo pases agarrado a este momento más cosas perderás.

Entonces respiro y giro, el pakistaní viene a abrazarme. Sigue sonriendo. La panza le bambolea en su remera blanca. Tiene todavía el sombrero de paja verde cuando me dice que al otro día quiere que vaya a cenar a su casa.

3 comentarios

  1. Sergio, querido, el viaje de la vida siempre no enseña lo mismo. Y lo increible es que ese algo siempre lo volvemos a olvidar. Por eso, supongo, el viaje de la vida vuelve a repetirlo: todo lo que acontece esta cierto. Y no sé hasta cuando seguiremos sin aprenderlo. Hasta que mueramos, probablemente, y que nos demos cuenta que, incluso en este momento, todo esta cierto. Estoy muy feliz de todo lo que viviste en Portugal.

  2. Viajar no es sacar fotos y comprar regalos, viajar no es presentarse en un festival de teatro y aparentar que todos nos caen bien. Esto era viajar. No era acumular cosas, dinero,, por ejemplo, era guardar acontecimientos y caras de personas, sentimientos

    DISFRUTA POR TODOS LOS QUE VIAJAMOS CON VOS,

  3. Sergio querido gracias por este viaje simple y maravilloso a Portugal y a la Europa de hoy, donde más que nunca necesitamos despojarnos del pensamiento lógico. Donde necesitamos, más que nunca, abrirnos al espacio de la incertidumbre – como lo haces en tu presente constante- transitar en esa relación con el otro, con lo diferente, lo desconocido, desde un lugar despojado de juicios, sin buscar domesticar a ese extraño a esa manera lógica y civilizadora.

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