Escritor, cineasta, actor, director, formador

La Obligación

por Sergio Mercurio

por Sergio Mercurio

Karim se me acerca. Ya escribí que Karim es el joven que sonríe. El que ha descubierto el secreto. Ya conté que Karin es el que ha salido del huracán, el renacido. Karim se me acerca sonriente y dice mi nombre y agrega, ellos se están riendo de nosotros. Ahí Karim va a darme la luz. Karim es el joven que ríe para agradecer y es el quien ve que hay quienes ríen como lo hacen las hienas. Ríen porque van a almorzar. El me lo explica suavemente, sin el odio con que yo escribo. El hombre del desierto dice así: A ellos les causa gracia que queramos trabajar. Escuché que no querían arreglar el proyector. Yo lo miro medio resignado. Karim se excita y me dice, hermano y agrega. Eso no se hace. Pudo haber agregado que no hay que impedir el trabajo de los débiles, pero apenas dijo yo quiero ver tu trabajo, Sergio, tengo mucha ilusión de ver lo que haces, algo me dice que me hará muy feliz verlo, hay otras personas allá afuera que están esperando verte, yo voy a ir a hablar con ellos para que no se comporten de esa manera. Eso esta mal, uno no debe reírse de los otros para maltratarlos, yo escuché lo que dijeron de nosotros. Dijeron algo feo. Los escuché a la entrada, se reían y dijeron que tu eras un idiota. Dejame que vaya a hablar con ellos para que entiendan. Entonces levanto la cabeza y lo veo.  Miro a Karim, el joven que pasó seis días en el océano haciéndose dos preguntas. Miro a Karim, aquel que eligió no beber su orina después de 2 días de sed. Miro a Karim, el que entendió rapidamente que beber agua del mar era el desespero final del que iba a hundirse.  Miro a Karim y no veo la noche  que lo ahorcó durante seis días, Karim solo trae su sol.  El sol del desierto del Sahara Occidental. Un sol potente.  Verdadero. Entonces percibo que tengo el micrófono puesto. Ellos pueden haber escuchado todo lo que Karim me decía. Deduzco rapidamente que Karim me habló en español. Apago el micrófono tomo a Karim del hombro y lo llevo hacia el Camarin. Mientras camino con Karim vienen a mi los recuerdos de los teatros. Primero que nada el teatro Municipal de Lomas de Zamora. Llego a una salita y muy seriamente le pido. No lo hagas. No les hables. Hace treinta años que trabajo en el teatro. Si vos les hablas va a ser mucho peor. Sé lo que te digo, lo tomaran como una provocación. Karim confía en que su modo puede sensibilizarlos. Somos solo nosotros Karim, los que creemos estamos solos. No hay que provocarlos.  Sé lo que te digo. Confía en mi.  Aunque lo impidan vamos a hacerlo. Aquí estamos nosotros entonces, tratando de prender cosas que ellos apagan riendo.  De pronto el jefe del teatro se enfurece, el proyector no anda. 

 En realidad el proyector no anda hace 5 horas.  Solo que él, de pronto, desaparece y vuelve dos horas después sin haber resuelto nada. Le he dicho que voy a conseguir otro, pero le he visto la cara, si yo consigo otro proyector el deberá ayudarme a colgarlo, deberá alcanzarme una extensión o poner una escalera. Si yo consigo otro proyector él deberá trabajar. Prefiere que ruegue que lo haga funcionar. Cada día de su vida necesita esa pequeña cuota de poder que cree lo hará alejarse de la muerte. Lo que él no sabe y yo si sé es que él ha tomado agua de mar hace rato. Entonces me pide que consiga otra persona. Me pide esto mientras sus seis técnicos están sentados a un lado cada uno con su celular en la mano jugando. Los juegos son todos iguales consisten en salvar la propia vida. Cuando llega la nueva persona que conseguimos para que haga lo que el no quiere hacer le pregunta a quien acaba de llegar si sabe como manejar un proyector. Quien acaba de llegar es otro africano. Santana se saca el sombrero de corcho, Los pelos se le paran como si fueran resortes. Entonces el jefe dice una frase memorable, algo que debería estar en su sepultura. Dice: No es mi obligación. Se refiere a que él como funcionario público no tiene la obligación de enseñarle a nadie como funcionan las cosas.  Esto mismo me ha dicho a mí hace unas horas el técnico de sonido, cuando le pedí, por favor, que prenda el micrófono se me quedó mirando y me dijo que yo ya tenía técnico de sonido.  Le sostuve la mirada y le dije que el micrófono era del teatro, la mesa de sonido era del teatro y que la lógica sería que él mismo lo prendiera ya que sabía como funcionaba. Es el canal 1 dijo, le sostuve la mirada y por un momento volví  a pensar si no era mejor darle una trompada pero agregué que el trabajaba aquí y que lo lógico era que el mismo lo prenda. Se enfureció y caminó 40 metros para apretar un botón. Mientras volvía mirándome con odio yo traté de poner la sonrisa de Karim. No me salió. Nosotros finalmente logramos después de dos días hacer un ensayo técnico y estamos listos. Y lo curioso es que recién ahora comienza lo relevante. Ahora se tiene que dar el milagro de que el público llegue. El teatro Pax Julia de la ciudad Beja, es hermoso, tiene capacidad para 600 personas. A la hora de comenzar no me doy cuenta que hay más de cien sentados.  Como funcionario de mí mismo me siento también obligado. Me he sentido siempre obligado a encontrar el modo de vivir la vida intensamente, me he sentido obligado en dar lo mejor de mí constantemente. Me he sentido obligado a encontrar lo que he venido a hacer en este mundo y a hacerlo. 

Me siento obligado a olvidar lo que lo que acaban de hacerme. La manera en que me obligo tampoco es buena. Mi obligación es excesiva, me enfermo, me lastimo.  Muchas veces me encuentro al límite. Desde que llegué a Portugal me sentí obligado a llegar a esta presentación de la mejor manera. Curiosamente siento mi cuerpo bastante preparado. Voy a poder hacerlo. La obligación que tenía ahora es presente. El presente, este presente, es estar actuando, trabajo de darles presente a los presente. Es decir trabajo de algo que se puede llamar teatro, pero que para mí es inventar algo mágico que haga que los presentes se sientan aquí y nada más que aquí o muy dentro de ellos mismos. 

La presentación ha terminado. He cumplido mi obligación. Al salir del teatro Klemente está junto a Karim y otras seis personas formando un corredor.  Cuando entro al corredor hacen un gesto que las cortes antiguas hacían al rey, pero el firulete de la mano está acompañado de un “Paredón” tal como El Profesor insiste  en cantar en la escena final del espectáculo.

Ahora han pasado ya días de la presentación, el festival abuelos y nietos ha terminado, la distancia me ha puesto en la obligación de también recordar otras cosas. No solo las piedras en el camino. Me siento obligado a escribir lo que a partir de aquí escribiré.

Eduviges entra por la puerta lateral, cuando se abre la luz está delante de siete o nueve viejas de las cuales dos están en sillas de ruedas. Eduviges las enfrenta. Todas ellas, al mismo tiempo, vuelven a vivir.  Están sorprendidas. Cuando Eduviges dice que extraña a su padre. Una le dice que ella extraña a su madre. Insiste. Quiere obligarla a que recuerde a su madre. Sucede una charla donde estamos hablando de una mujer que fue joven y finalmente tuvo una hija que defiende su recuerdo cien años después.  Klemente está contento porque llevar más

de cien personas a un teatro a ver a alguien que no es famoso es algo muy raro en cualquier lado.El sabe que llegó una profesora con sus alumnos, sabe que vinieron de un geriátrico, sabe que una parte de la comunidad gitana vino sola, y sabe que entró al teatro gente que no conoce. El sabe que ha pegado cientos de carteles en toda la ciudad y que ha ido a hablar a un sin fin de lugares. Sabe, de hecho, que una hora antes de la presentación ha entrado a una escuela secundaria y le ha hablado a todos los estudiantes acerca de este proyecto que consiste en juntar a los abuelos con los nietos para ver un espectáculo que se llama Viejos.  Lo que el no sabe, y yo tengo la obligación de escribirlo, es que delante mío hay una mujer y una adolescente. La joven me habla a toda velocidad, quiere comprarme un libro pero no le alcanza. Quiere saber donde estaré mañana porque tiene que ir a buscar plata. De pronto la mujer que está a su lado y que yo adivino es su madre, saca dinero y se lo da. La joven finalmente explica. No tuve tiempo de traer dinero porque hace una hora me dijeron que esto iba a suceder y llamé a mi abuela. Le expliqué que si veníamos juntas era más barato. Allí la abuela dice: Mi nieta me llamó y yo vine.  Se van con mi libro en las manos. En todos lo que aquí relato puede dilucidarse que  la obligación es algo con lo que convivimos cada día.  En este instante que escribo hay miles de millones de seres que tratan de demostrar que no están obligados a hacer nada por los demás. Su objetivo es salvarse. Lo logran con un trabajo de funcionario público. Pero ellos ignoran que están muertos. Han bebido agua de mar hace tiempo. Otros, como esa abuela se vio obligada a acudir al llamado de su nieta, estamos obligados a cosas diferentes que tienen que ver no solo con nosotros sino también con los demas. Una vez, hace mucho tiempo el escultor Alfredo Yacuzzi me confesó: a la maldad no hay que combatirla con venganza, hay que combatirla con creación. Viene fuerte a mi recuerdo esto  y quiero aprenderlo, nuestra obligación es la de esa abuela. Cuando la nieta llame ir. Ya con apenas eso, será mucho.

5 comentarios

  1. Sergio, querido. Dos obligaciones en este mundo. Cagar a trompadas a todos los que tienen una mentalidad de funcionario. Y acudir a tus espectauclos.

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